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Nota del editor: El Día de la Seguridad del Bastón Blanco, que se conmemora anualmente el 15 de octubre, es un día para reconocer los logros de las personas no videntes o con visión reducida y un día para celebrar el bastón blanco, ¡una herramienta que permite la independencia! Alexis Read comparte su historia de aceptación del uso de su bastón blanco.
Imagínese crecer en una zona rural con una afección ocular congénita. Tiene la suerte de haber tenido el mismo docente de alumnos con discapacidad visual (TVI, por sus sigla en inglés) desde que tenía 15 meses hasta que se graduó en secundaria. Ahora imagine que sólo recibe clases de orientación y movilidad cada tres meses. Su instructor debe viajar 6 horas y media para impartir esta formación. Cuando llega, se le proporcionan dos días de clases con quizás dos horas de instrucción cada día. Crecer en este ambiente podría desafiar a cualquiera a aceptar el bastón blanco.
Crecí en Williston, Dakota del Norte, que es una comunidad muy rural. Williston se encuentra en el extremo occidental de Dakota del Norte, a unas tres horas de la frontera canadiense y a 6 horas y media de la escuela estatal para ciegos de Grand Forks.
Programación a corto plazo
Cuando crecí, me integraron en la escuela pública. Para recibir instrucción intensiva en el plan de estudios básico ampliado, asistí a la escuela estatal para ciegos para una programación de corta duración. Empecé a asistir a estos programas en el verano de 1990. Cada programa duraba una semana, normalmente de domingo a sábado. Basándome en la descripción de orientación y movilidad del folleto de inscripción, pensé que sería una clase divertida. No sabía lo que me esperaba en los años siguientes.
Durante el tiempo transcurrido entre mis dos primeros años de programación de verano, no recibí ninguna instrucción de orientación y movilidad en mi distrito escolar local. Navegué por mi escuela y mi comunidad sin utilizar un bastón blanco. Confiaba mucho en mi visión para mantener la orientación. En algún momento a finales de la escuela primaria, me enseñaron la ruta desde mi casa hasta un parque local, que estaba al otro lado de dos calles tranquilas. No recuerdo haber utilizado un bastón mientras hacía la ruta, pero recuerdo haberme perdido en el parque una vez. Esto debería haber sido un llamado de atención para todos de que necesitaba más instrucción en orientación y movilidad, pero nada cambió.
“No quería nada de eso”
En sexto grado conocí al profesor que trabajó conmigo durante el resto de mi educación primaria y secundaria, así como durante mis estudios universitarios. Este instructor era un joven al que le encantaban las indicaciones de la brújula y ese largo bastón con el que yo no tendría nada que ver en aquel momento. Con el tiempo, él y yo llegamos a conocernos bastante bien como profesor y alumno y ahora somos amigos.
Durante mis años de escuela media, el instructor y mi TVI local trabajaron en colaboración, ya que él sólo venía a nuestra parte del estado cada tres o cuatro meses. Ambos profesionales de la visión siempre querían que utilizara el bastón mientras trabajaba con ellos, pero como adolescente, no quería nada de eso. Mi primer bastón fue un bastón rígido que tenía un gancho como empuñadura; no quería en absoluto que mis compañeros me vieran usarlo.
Un cambio de idea
Durante mis años de secundaria y bachillerato, los profesionales de la visión de mi vida no dejaron de insistir en la importancia de utilizar el bastón. Conocí a otras personas que utilizaban sus bastones con confianza cuando asistía a programas de corta duración, pero siempre guardaba el bastón cuando volvía a casa. Como era un adolescente testarudo, no quería que mis compañeros me vieran usando el bastón. Pensé que se burlarían de mí y me acosarían. No ayudó el hecho de que, al haber sido objeto de burlas anteriormente por mi discapacidad visual, había desarrollado una coraza protectora en torno a mis emociones. No dejaría que las técnicas alternativas de la ceguera penetraran esa coraza protectora.
En algún momento del semestre de primavera de mi último año de instituto, empecé a cambiar de mentalidad al plantearme la posibilidad de irme a la universidad. Me di cuenta de que estaría en un entorno desconocido y rodeada de gente que no me conocería tan bien como mi familia y mis TVI. Haría falta valentía, pero sabía que tenía que cambiar mi forma de hacer las cosas. Con determinación, atravesé el escenario de la graduación del instituto usando el bastón blanco. Fue entonces cuando me di cuenta de que esta herramienta formaría parte de mí durante toda mi vida. Recuerdo que había un silencio absoluto en el gimnasio cuando dijeron mi nombre y me abrí paso. El silencio continuó mientras cruzaba el escenario y aceptaba mi diploma de bachillerato. No sé lo que pensaban todos, pero sí sabía lo que yo pensaba: Por fin me había liberado de la negación tras la que me había escondido desde finales de la escuela primaria.
Aceptar un bastón blanco
Empecé mi primer año en una pequeña universidad privada fuera del estado. Nunca me separé del bastón durante los cuatro años y medio de estudios universitarios. Estos cursos incluían también trabajo de campo cuando observaba a los profesores en sus aulas. Nunca volví a salir de mi dormitorio ni de mi futuro entorno sin el bastón y, más tarde, sin mi perro guía.
Aceptar un bastón blanco es un viaje al que puede enfrentarse cualquier persona no vidente o con visión reducida. Pueden pasar meses o años desde que te dan tu primer bastón blanco hasta que lo aceptas como una extensión de tu cuerpo. Fue casi como si me hubiera alcanzado un rayo cuando por fin lo acepté. Pasé de no usarlo un día en el instituto a cruzar con orgullo el escenario de la graduación ante un gimnasio silencioso con los ojos clavados en mí y el bastón blanco en la mano.