Siguiendo el camino prometedor hacia la felicidad laboral

A windy road

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Elegir el trabajo de tu vida no es tarea fácil. A los jóvenes se les dice que pueden hacer lo que quieran, lo cual es un bonito sentimiento por parte de padres, docentes y amigos. Sin embargo, es posible que los jóvenes no se den cuenta de que alcanzar la meta profesional deseada puede ser un camino repleto de giros y vueltas. La carrera en la que acaban trabajando no siempre es la meta que eligieron de adolescentes. Mi accidentado camino de joven en transición al mundo profesional es solo un ejemplo. 

Mi recorrido 

Muchas personas, entre ellas familiares y profesionales, me apoyaron mientras crecía. La profesional que más tiempo trabajó conmigo fue mi docente de alumnos con discapacidad visual, Phyllis. En 8.º grado, me llevó a una escuela primaria local para que observara su trabajo con dos niños con múltiples discapacidades. Aunque no recuerdo con precisión lo que Phyllis hizo con los niños, lo recuerdo como un momento decisivo en mi recorrido vocacional. Después de aquella observación, supe que quería ser docente de educación especial en discapacidad visual. No tenía ni idea de los obstáculos que me iba a encontrar cuando empecé mi recorrido profesional. 

Mi madre me apuntó a los servicios de rehabilitación vocacional a principios de la secundaria. Dakota del Norte solo tiene una agencia para atender a todas las discapacidades, a diferencia de Florida. En aquel momento, creo que mi primera meta laboral en mi plan individualizado de empleo era convertirme en docente de alumnos con discapacidad visual (TVI, por su sigla en inglés). 

Explorando opciones 

Más tarde, en 8.º o 9.º grado, le dije a mi orientador que me gustaría estudiar trabajo social. Consiguió que me reuniera con un hombre que había sido trabajador social durante muchos años. El trabajador social habló conmigo sobre su trabajo y sus tareas diarias. Lo único que me quedó grabado de aquella experiencia fue el comentario del trabajador social en el que decía que no le gustaba su trabajo. Me dijo que no le gustaba su trabajo y que ni siquiera me planteara dedicarme al trabajo social. Después de esta experiencia, decidí que no quería acercarme a este campo. 

Mucho más tarde, le dije a mi madre que podría interesarme en hacer un posgrado en trabajo social. Me dijo que no era una buena idea porque, según ella, hay demasiados trabajadores sociales en el mundo. Siendo joven e impresionable, decidí que tenía razón y que ni siquiera debía considerar el trabajo social como una posible carrera profesional. 

Con la mirada hacia el futuro 

Más tarde, en la secundaria, asistí a la escuela para ciegos de Dakota del Norte para realizar actividades de exploración profesional. El personal entregó a los alumnos inventarios de intereses y organizó oportunidades de observación laboral en las áreas de interés de los alumnos. En una de esas semanas, tuve una reunión telefónica con un psicólogo clínico no vidente. Ese campo parecía interesante, pero yo seguía queriendo ser docente de educación especial en discapacidad visual.   

En mis años de formación de pregrado, decidí estudiar educación. Varias cosas me alejaron del campo de la educación, incluso aunque aún deseaba ser docente de educación especial en discapacidad visual. Terminé licenciándome en psicología. Me licencié en 2003.   

Después de la graduación  

Pensaba asistir a un programa de rehabilitación de ceguera para preparar a personas para convertirse en instructores de tecnología de asistencia. Quise entrar en este programa porque no se exigía un título de profesor. La versión resumida de esta parte de mi recorrido es que no aprobé el examen de admisión por muchas razones.   

De vuelta a la escuela 

Decidí volver a la facultad para intentar obtener mi credencial de profesor. La facultad más cercana a mi casa me permitió hacer cursos para convertirme en docente de psicología de secundaria, pero la experiencia estuvo plagada de dificultades de principio a fin.   

Las tareas del curso no eran demasiado difíciles. Parecía que me iba bien con las tareas y los proyectos de clase. Los docentes eran serviciales y estaban dispuestos a adaptarse a mis necesidades. 

Un difícil regreso a la universidad 

Cuando llegó el momento de hacer las prácticas docentes, me encontré con obstáculos a cada paso. Debido a muchos factores, no aprobé el curso de prácticas, así que tuve que reponerme y reflexionar sobre el siguiente paso. Sabía que aún quería trabajar con personas no videntes o con visión reducida, pero obtener mi título en discapacidad visual era imposible.   

Después de mucha meditación, decidí estudiar terapia de rehabilitación visual. Este camino también estaba plagado de dificultades. Terminé el semestre de prácticas sin obtener el título.   

Encontrar trabajo 

Decidí solicitar empleo en el campo de la ceguera, ya que algunas organizaciones no exigen titulación ni certificación.  

En otoño de 2009, me contrataron en una organización sin ánimo de lucro de Rochester en Nueva York, para enseñar tecnología de asistencia. Aprendí muchas lecciones útiles en este trabajo. Aprendí que planificar las clases no es siempre necesario. También tenía muchas ideas creativas para ayudar a los alumnos a aprender conceptos relacionados con la informática. En 2012 me despidieron de mi puesto, aunque no fue por culpa mía.   

Esto provocó un nuevo examen de conciencia. 

Encontré trabajo en otra comunidad, en la oficina de servicios para discapacitados de una universidad. Sabía que quería trabajar en este campo por la gran experiencia que tuve con el proveedor de servicios de mi universidad. Presenté mi solicitud para este trabajo y me contrataron.   

En este trabajo, me reunía con los alumnos para hablar de las adaptaciones y ayudarles a resolver cualquier problema de accesibilidad que pudieran encontrar en sus clases o con los profesores. La gran carga de casos que abordé me enseñó muchas lecciones importantes relacionadas con la gestión del tiempo y la organización. Estas lecciones me sirvieron en puestos posteriores, lo cual me llevó hasta mi trabajo actual.   

El camino sinuoso continúa 

Mi siguiente puesto fue de docente en una pequeña agencia sin ánimo de lucro de otra comunidad. Se trataba de otro traslado al otro lado del país que exigía adaptarme a otra comunidad.   

Este trabajo me enseñó muchas cosas útiles, como trabajar junto a los demás y a individualizar mi enseñanza para ayudar a alumnos de todas las edades. También aprendí lecciones importantes sobre cómo trabajar eficazmente con el personal de supervisión y otros colegas.   

A finales de 2018, la vida cambió; una vez más, estaba buscando trabajo. Confiaba en poder encontrar una oportunidad de empleo adecuada. Sentí que las lecciones que había aprendido me servirían. Me contrataron como gestora de casos en la agencia estatal de rehabilitación y me encontré de nuevo en movimiento.   

Me contrataron para trabajar con bebés, niños de 6 a 13 años y adultos no interesados en trabajar. Yo era más un orientador y gestor de casos. A medida que me fui asentando en este papel, me di cuenta de que este era mi lugar de pertenencia. La enseñanza no era mi fuerte, pero me gustaba orientar a las familias y brindarles recursos.   

Mi lugar de pertenencia 

Cuando surgió una vacante de orientador de rehabilitación vocacional, la solicité porque estaba dispuesto a seguir adelante. Me contrataron como orientador de transición, que es el puesto que ocupo actualmente. Llevo en este trabajo desde marzo de 2020.   

Ha sido un largo recorrido con muchos altibajos. He aprendido muchas lecciones en el camino y siento que estoy donde pertenezco. Mi experiencia vivida ayuda a los clientes, ya que puedo empatizar con lo que están experimentando. Trabajar con jóvenes en edad de transición es una alegría especial para mí porque siento que puedo darles consejos que me gustaría haber recibido mientras crecía.   

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