Cassandra McNabb-McKinney: Trabajar como embalsamadora

A white woman with green eyes and brown hair that falls just past her shoulders, wearing a red top with a floral pattern.

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Ser embalsamador y director de funeraria no está en la lista de opciones profesionales de mucha gente. De hecho, a menudo es un oficio que se transmite de generación en generación en una familia. Pero para Cassandra McNabb-McKinney, es un trabajo para el que se sintió llamada, tanto por su propia experiencia como por su fe.

Cuando tenía 16 años, hubo una muerte traumática en su familia más cercana. Aunque era joven, agradeció que la persona que trabajó en el cuerpo de su ser querido le dedicara 18 horas a lo que se conoce como “arte restaurativo”, por lo que la familia de Cassandra pudo tener un funeral con el ataúd abierto y el cierre que necesitaban.

“Ofrecer a nuestra familia ese momento era algo en lo que no dejaba de pensar”, dice Cassandra, quien, como muchos en su campo, tiene licencia tanto como de directora de funeraria como de embalsamadora, pero ahora trabaja estrictamente como embalsamadora. “El hecho de haber podido ofrecer a tanta gente ese momento a través de mi trabajo significa mucho para mí”.

Un sinuoso camino hacia su carrera

Cassandra no empezó queriendo ser embalsamadora, sobre todo porque es la única en su familia que se dedica a este oficio. Nacida con nistagmo congénito atípico, ha tenido visión reducida y ha sido legalmente no vidente desde su nacimiento. Tiene visión, y buena percepción de los colores, pero a los objetos los ve borrosos. Por ejemplo, no puede distinguir entre un interruptor luz y un enchufe en la pared a la distancia.

Tras recibir clases en casa hasta tercer curso, Cassandra asistió a colegios públicos y privados y se graduó entre los mejores 15 % de su clase en el instituto. Fue a la universidad, pensando que quería dedicarse a la química. Pero cuando tuvo clases con un profesor practicante que no entendía la adaptación en cálculo para alguien no vidente o con visión reducida, su experiencia negativa hizo que la universidad se convirtiera más en una exploración de lo que quería hacer. Cassandra pensó en ser profesora de educación especial, pero un día se dio cuenta: decidió hacerse embalsamadora.

“Quería trabajar con personas en duelo, no sólo por la experiencia de nuestra familia, sino también por mi fe: sentí que el Señor quería que ayudara a esas personas”, dice. “Me matriculé en la escuela mortuoria en 2005 y llevo casi 17 años dedicándome a esto”.

Cassandra tiene 37 años, está casada con su novio de la escuela primaria y tiene hijos de 4 y 6 años, el mayor de los cuales padece la misma enfermedad ocular que ella. Cassandra comenzó su carrera como aprendiz, lo que es común en este oficio. Pero desde entonces ha adquirido tanta destreza que hasta ahora ha sido maestra de seis aprendices.

Aprender a hacer el trabajo de sus sueños

Cassandra no tenía guías ni recursos que le enseñaran a ser embalsamadora con visión reducida. Dice que fue literalmente un proceso de prueba y error aprender a hacer su trabajo utilizando el tacto.

Debe localizar la vena yugular y la arteria carótida y cortar una hendidura en cada una de ellas para introducir las herramientas para realizar el embalsamamiento. Cassandra tuvo que aprender cómo se siente en una vena, aunque a veces es capaz de verlas. Pero las venas pueden moverse, un reto para cualquier embalsamador, y allí es cuando su sentido del tacto puede ser especialmente valioso.

“Cuando alguien fallece, su cuerpo vuelve a la temperatura de la habitación que lo rodea, pero la vena se enfría más rápido que el tejido que la rodea”, explica. “Tardé mucho, mucho tiempo en aprender a encontrar las venas”.

Aunque Cassandra es consciente de que mucha gente no se siente cómoda con el tema de la muerte, se ha acostumbrado a estar rodeada de cadáveres. De hecho, el embalsamador es quien pasa más tiempo con el difunto.

“Creo que se necesita una persona única para trabajar en el cuidado de los difuntos, porque tienes que dejar a un lado tus propias emociones y decir: ‘No es mi dolor, estoy aquí por las personas que sufren’”, afirma. “Para la mayoría de los embalsamadores, es un trabajo sagrado, como lo ha sido desde el antiguo Egipto”.

Cassandra admite que mucha gente apoyó su aspiración a hacer este trabajo, mientras que otros dudaron de ella. Está claro que ha demostrado que este último grupo se equivocaba y, de hecho, nunca dejó que eso la frenara.

“Creo que el mayor consejo que le daría a alguien no vidente o con visión reducida que intenta seguir una carrera fuera de lo común es que si realmente está dispuesto a trabajar duro y a nunca rendirse, un día mirará atrás y verá las luchas que superó y estará haciendo el trabajo de sus sueños, algo que haría con el mismo vigor y entusiasmo aunque no le pagaran, así es como yo me siento”.

Vea una entrevista con Casandra (Cassie) McNabb en un episodio reciente de Conversaciones sobre carreras profesionales.