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¿Quién iba a decir que trabajar de cajera en un supermercado podría ser desafiante, gratificante, divertido y, en ocasiones, gracioso? Como defensora de las personas no videntes, me llevó tiempo encontrar mi lugar; pero ahora que lo hice, no me imagino trabajando en ningún otro sitio.
Interacción con el público
Trabajar con el público me transformó y mi experiencia fue de todo menos aburrida. Me sacó de mi burbuja y llevó mi defensa a un nuevo nivel.
Escaneo de productos
Escanear un código de barras me permite hacer mi trabajo. Una vez que aprendí dónde estaban ubicados los códigos de barras, gané velocidad. Cada vez que escaneo un artículo, suena un tono que me indica que se escaneó y paso al siguiente. Así que, a pesar de mi mala audición, trabajo sobre todo mediante el sonido. No es necesario mirar el producto. Si oigo dos tonos seguidos, significa que un artículo se escaneó dos veces y tengo que anular un artículo. Bromeo diciendo que mis coordinadores deberían llamarme la “reina de las anulaciones”. Pero a los 62 años, llegar a la realeza no parece tan descabellado.
Momentos para recordar
La mayoría de mis momentos vergonzosos y graciosos fueron consecuencia de mis problemas de visión reducida o audición. Observe la relación cercana entre la cajera y el coordinador, que es quien resuelve los problemas de atención al cliente. Estas son algunas de las anécdotas más destacables de mi trabajo.
La pose del discurso de Lincoln
Al principio, tuve un incidente con un hombre mayor con barba. Le escaneé una cabeza de repollo. Por desgracia, en aquel momento mi lupa no era lo suficiente potente para identificar con facilidad las imágenes o incluso los nombres diminutos que aparecían bajo las fotos de los productos. Casi podía ver la palabra, pero no estaba clara. Debo haber seleccionado la imagen equivocada. Los ojos de águila del caballero detectaron el nombre desconocido en su lado de la pantalla. “¿Qué es esto de Napa? ¡No compré nada de Napa! ¡Sáquelo!”
“Por supuesto, señor. Al final…”
En aquel momento, el proceso para anular productos parecía complicado. El cajero debe volver a escanear el producto, sumar la cifra más alta a lo que pese y, luego, anularlo. Pero no podía ver cuánto pesaba. Yo tampoco sabía lo que significaba Napa. Planeaba llamar a un coordinador una vez que hubiera escaneado todo lo demás.
El hombre levantó la mano y gritó: “¡Coordinador! ¡Coordinador! Pasillo 11”. Hizo una pose con el dedo índice levantado. Se parecía exactamente a Abraham Lincoln. Esperaba que de su boca saliera: “Hace ochenta y siete años”. Pero entonces empezó a agitar la mano para llamar la atención del coordinador. No solo corrieron hacia mi caja desde todas las direcciones, sino que otros cajeros y clientes detuvieron lo que estaban haciendo.
Oye, ese es mi trabajo. Tenemos un proceso establecido: descolgar el teléfono del intercomunicador, presionar un código y pedir ayuda. No puedes ignorar todo nuestro sistema.
Pero funcionó, y eso era lo único que le importaba. De hecho, tres coordinadores vinieron corriendo, probablemente preguntándose cuál era la emergencia. Lo siento, solo es una anulación, amigos. En cuestión de segundos, hizo que quitaran el repollo Napa y pusieran el repollo verde en su lugar. Dejó de resoplar, pero sus ojos de águila no abandonaron el monitor durante el resto de nuestra transacción. Se me pasó la indignación y recuperé el sentido del humor.
Aunque “Abe” nunca volvió a pasar por mi caja. También recibí una lupa más potente.
La mirada asesina
Mientras le cobraba, una joven me arrebató de repente una bolsa de donas de las manos. Colocó sus propios dedos de forma protectora alrededor de la bolsa y la depositó en la repisa para firmar cheques. “No. Toques. Mis donas”. Cada palabra se sintió como un puñetazo en el estómago.
La miré. “Pero tengo que pesarlas”. Se echó el pelo hacia atrás de manera rebelde. “No, no tienes que hacerlo. Y no me gusta que nadie aplaste mis donas”. Solo toqué ligeramente la bolsa para contarlas. Pero nunca volví a hacer eso de nuevo. Con más experiencia, podía darme cuenta por el peso de la bolsa y apartarlas rápidamente. Simplemente le consultaba al cliente si tenía alguna duda sobre la cantidad.
Desastre con arándanos en el pasillo 11
Después de escanear una caja de arándanos, me giré para colocarlos en una bolsa en el carrito del cliente. La caja se abrió y los arándanos rodaron por todas partes. El cliente reaccionó con amabilidad y me ayudó a recogerlos. Mientras tanto, el cliente del pasillo 10 gritaba con gran dramatismo: “¡Desastre con arándanos en el pasillo 11!” a los coordinadores, que vinieron corriendo con una escoba.
Oferta para beber de camino al hogar
Una tarde, aparté una botella para una clienta. “¿Quiere beber esto de camino a su hogar?” Escuché a otros cajeros preguntar eso por botellas de gaseosa u otras bebidas frías y quería ofrecerle esa opción a esta clienta. Al principio, la mujer no respondió, así que repetí mi pregunta con amabilidad. Me dirigió una mirada que no comprendí y luego respondió. “No, gracias… sobre todo porque es aderezo para ensaladas francesas”.
“¡Oh, dios mío! Pensé que era jugo de tomate”.
“Eso estuvo bien, me alegraste el día”, dijo.
La protuberancia en el pecho
Me encanta el apoyo que recibo de mis coordinadores. Hay tareas que deben completar en mi caja registradora a lo largo del día. Sacan los cheques de la caja, cuentan los rollos de papel de caja y de cupones y reponen las bolsas en mi puesto de trabajo.
Suelo concentrarme bastante en cobrar los productos. Por lo tanto, los coordinadores parecen aparecer de la nada. No tengo visión periférica. Así que, cuando me doy la vuelta, a menudo nos tropezamos. El “¡Oh, lo siento!” se escucha a menudo.
Una vez agarré el siguiente objeto para escanear y mi mano se topó con un pecho bien dotado. No podía entender qué era ese material blando. Desde luego, no era papel higiénico. Cuando retrocedí, pisé su pie y me caí hacia delante. Nuestros pechos chocaron como si fuera un movimiento de baile bien planeado. Carraspeó y sorprendida me dijo: “¡Amy!”.
Intenté ahogar mi risa avergonzada y sonrojada le murmuré: “¡Lo siento!”.
Ahora los coordinadores me avisan cuando se acercan y lo que hacen en mi registradora.
Bolas de peso y fetas de jamón
Aunque intento escuchar a los clientes lo mejor que puedo, con frecuencia oigo algo distinto de lo que realmente me dicen. Aparte de los errores obvios de tomate y aguacate o jamón y bidón, a veces se me ocurren interpretaciones únicas.
Cuando un cliente preguntó si teníamos “bolas de peso”, ni siquiera dudé. Llamé a un coordinador para preguntarle dónde podrían estar, ya que tenemos algunos artículos deportivos poco frecuentes.
Cuando llegó la coordinadora, pronto supe que lo que buscaba era bolas de queso, o eso creía yo. Estaba dispuesta a enviarla a la sección de refrigeradores de la zona de productos frescos, donde guardamos los quesos especiales. Por suerte, mi coordinadora intervino y gestionó la solicitud. Comenzó su misión y pronto regresó con un gran recipiente lleno de bolas de queso.
Unos días después, otro cliente preguntó si teníamos “fetas de jamón”. Pensé que era algo en español. Siempre servicial, le dije que llamaría a la coordinadora para ver dónde podría estar. “Supongo que debe estar en los congelados o en el pasillo de cosas extranjeras”, dije.
“¿Disculpa?” Recibí una mirada extrañada y de inmediato me dijo: “No, no, no es importante”.
Pero le insistí. Cuando llegó mi coordinadora, le hablé de la petición de fetas de jamón.
Se giró expectante hacia mi cliente.
“Yo solo… me preguntaba si tienen paquetes de… de medicamentos para la indigestión”.
Mi coordinadora los localizó rápidamente para mi cliente de manera práctica, disipando la vergüenza que el cliente o yo pudiéramos haber sentido.
Siempre venía la misma coordinadora. Nunca mencioné que tenía problemas de audición. Pero estoy segura de que ella sabía que tenía audífonos. Siempre parecía saber exactamente lo que el cliente quería desde el principio. Por otro lado, yo me sentía como si estuviera traduciendo una lengua extranjera.
La alarma en la salida de emergencia
Siempre recorro la tienda con mi bastón blanco y, a veces, me desoriento. Un día, me tomé mi descanso como de costumbre. La puerta que da a la sala de descanso está entre los refrigeradores de la leche y la carne, en la parte trasera de la tienda. Sin embargo, aquel día, creo que me desvié de mi camino habitual o caminé demasiado lejos y no me di cuenta de mi entorno. Cuando vi una puerta que me resultaba familiar, la abrí.
De repente, sonó una alarma y retrocedí confundida. La alarma sonaba muy fuerte.
¡Dios mío! ¿Dónde estoy? ¿Qué hice? ¡No puede ser! No vi el cartel. Era la salida de emergencia. ¿Cómo me equivoqué de puerta? ¿Cómo me desorienté? Voy a la sala de descanso varias veces al día.
Muy al estilo Amy, me tapé la placa con mi nombre y salí corriendo, moviendo con enojo mi bastón blanco de un lado a otro. Retrocedí, encontré la puerta correcta y me escondí en la sala de descanso. Finalmente, la alarma se detuvo. Cuando calmé la respiración, salí de la sala de descanso y regresé a mi caja registradora.
No estoy segura si alguien descubrió mi secreto o si saber quién fue el culpable de este crimen realmente importaba al fin y al cabo. Mis labios estaban sellados y nadie me lo mencionó.
Compartiendo historias
Comparto estas historias porque a muchas personas no videntes o con visión reducida les resulta muy difícil encontrar trabajo. ¿Pensó alguna vez en ser cajero y dejar que la tecnología lo ayude? Confío en que si yo puedo hacerlo con un solo grado de visión restante, otras personas no videntes o con visión reducida también pueden dominarlo. A pesar de los desafíos inesperados, es posible con el apoyo adecuado. Se necesita la colaboración de la dirección y de los cajeros.
Mi coordinadora administrativa ve mis puntos fuertes más allá de mis problemas de visión y audición:
- mis habilidades de atención al cliente;
- mi sentido del humor;
- mi confiabilidad.
También ayuda que mi cajón de efectivo tenga el dinero correcto al final del día. Siempre tengo cuidado de mirar con mi lupa para devolver la cantidad correcta de dinero.
Reflexiones
Soy cajera desde hace dos años y medio. Tengo clientes que siempre buscan usar mi caja y escriben comentarios positivos sobre mi trabajo. Este puesto me permite educar a mis compañeros y clientes sobre cómo un empleado con visión reducida se adapta en el entorno de trabajo. A pesar de todos los desafíos y de los clientes impacientes, los comentarios positivos de los demás clientes hacen que todo merezca la pena.
Estoy muy agradecida por las oportunidades que surgen en la tienda para disipar los mitos que frenan a las personas no videntes o con visión reducida. Se puede tener éxito con la tecnología adecuada, la voluntad de aprender unos de otros y el respeto mutuo. ¡Unidos trabajamos mejor!