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Nota del editor: Marlon Parieaho, residente en Trinidad y Tobago, reflexiona sobre su adaptación a la ceguera y sobre un acontecimiento que lo ayudó a darse cuenta de que es capaz. Además, ofrece consejos para las personas que viven o trabajan con personas no videntes o con visión reducida. Marlon publicó por primera vez su reflexión en las redes sociales; APH CareerConnect la comparte con permiso.
Adaptación a la ceguera/visión reducida
Recuerdo perfectamente la primera vez que la responsable de mi adaptación a la ceguera (ABO, por su sigla en inglés) visitó mi casa. Helen era una mujer de mediana edad que enfrentaba las inclemencias del tiempo, luchaba contra perros guardianes y subía escaleras increíblemente largas para visitar a sus clientes no videntes y con visión reducida. Utilizo el término “escaleras” a la ligera; pero en Trinidad y Tobago, parecen más un conjunto de grandes piedras que escaleras propiamente dichas.
Recibí a la señora en mi casa con las cortesías habituales. Tras un intercambio de información entre ella, mi mujer y yo, sucedió lo siguiente:
“Marlon, me gustaría tomar una taza de té, por favor”, dijo Helen.
Pensé que debía de tener raíces inglesas, ya que eran cerca de las tres de la tarde. Instintivamente, me volví hacia mi mujer y le dije: “Cariño, ¿puedes traerle a Helen una taza de té?”.
Antes de que mi mujer pudiera correr a la cocina y preparar una taza de su mejor Lipton, Helen le dijo con calma: “Marlon, no me has entendido. Te pedí que me hicieras una taza de té”.
Me quedé un poco desconcertado. Desde que perdí la vista, mi mujer Bernadette siempre se había encargado, entre otras cosas, de preparar el té. Me levanté y me dirigí lentamente a la cocina, sin saber qué iba a hacer. Durante un largo rato, simplemente me quedé parado en la pequeña cocina tratando inútilmente de procesar mi situación mientras Helen y mi esposa charlaban alegremente como si yo no estuviera teniendo un ataque de nervios silencioso a menos de tres metros de distancia.
“¿Marlon?”, llamó Helen.
¿Me ayudas?
Por fin. Algo de ayuda. Tal como esperaba. Era obvio que Helen me respondería y, lógicamente, enviaría a la mitad vidente de la pareja, es decir, a Bernadette, a preparar la bebida caliente.
“Taza. Agua caliente. Bolsita de té. Azúcar”.
“Eh, bueno”, dudé. Tenía la garganta seca. Ninguna de ellas venía a rescatarme. Pensé, ¿qué clase de loca hay en mi casa? Empecé a preguntarme si era, en realidad, la responsable de mi rehabilitación y no una asesina en serie de la calle que torturaba a sus víctimas obligándolas a prepararle el té.
“¿Sabes dónde están esas cosas, Marlon?” preguntó Helen alegremente.
“No”, sentí que las lágrimas brotaban peligrosamente de mis ojos.
“Bueno, tal vez podrías empezar por memorizar dónde están las cosas”.
Me sobresalté porque la voz venía justo de al lado.
¿Cómo diablos podía moverse tan rápido y tan silenciosamente?
¡Yo puedo!
Pronto, con la ayuda de mi mujer, encontramos dónde estaban los utensilios para preparar el té. Descubrimos la forma de verter el agua caliente en la taza escuchando la diferencia de sonido mientras se vertía. Aprendí dónde encontrar la leche, el azúcar, etc., por si volvía a necesitarlo. Entonces me quedé solo preparándole el té a Helen mientras las mujeres reanudaban su conversación.
Me enorgullece decir que preparé una taza de té en el mismo tiempo que tardé en tomar un vuelo regular a Granada, pero lo más importante es que había preparado una taza de té.
Consejos para los demás
A quienes lean esto y residan o estén en contacto con una o varias personas no videntes o con visión reducida, los animo a hacer lo siguiente:
• Desistir gradualmente de hacerles tareas sencillas
• Desistir de idear métodos PARA ellos
• Elaborar métodos para completar las tareas CON ellos
Primero, hacerlo por ellos puede parecer útil y natural en un primer momento, pero perjudica la independencia. Como sabrán la mayoría de mis colegas, disfruto cuando otros me preparan una taza de café o té, pero tenga por seguro que puedo prepararme una taza para mí o incluso para otra persona si es necesario.
Segundo, idear soluciones para las personas no videntes o con visión reducida sin el aporte de dichas personas puede ser una idea colosalmente mala. La mayoría de las veces, las acciones son bienintencionadas. Estamos agradecidos por ello, pero entender los matices de la ceguera/visión reducida directamente de las personas que la viven cada día sería mucho más eficaz y fomentaría la colaboración en lugar del resentimiento de sentir que somos tan indefensos que una persona vidente tiene que resolver todo por nosotros.
Por último, cuando usted, como persona vidente, trabaja con alguien no vidente o con visión reducida para encontrar una solución a un problema, esa persona se siente capacitada para llevar a cabo la tarea porque sabe que puede hacerse y participa en la solución.
Algunos pueden pensar que mis colegas, que de vez en cuando me piden que les compre cosas mientras voy al centro comercial de al lado, son insensibles e incluso crueles, pero yo me siento satisfecho, agradecido e incluso honrado de que confíen en mí lo suficiente como para hacerlo.
La compasión es que otros hagan todo por nosotros; la ayuda es que nos enseñen a hacerlo por nosotros mismos.
Las personas no videntes o con visión reducida necesitan ayuda, no compasión.
Muchas gracias, Helen. Puedes pasar a tomar una taza de té cuando quieras… (sonrisa).