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Pregúntele a cualquier profesional de atención médica por qué eligió su carrera. Generalmente se reduce a: “Quiero ayudar a la gente”. Sin embargo, la respuesta que se distingue reside en la historia única de cada persona de qué los movió a la acción. Tal vez, sin embargo, nos hemos acostumbrado demasiado a intentar curar o arreglar. Tanto, que nos hemos vuelto indiferentes a lo que nos hace diferentes en el mejor de los sentidos.
Pioneros
La primera vez que me llamaron “pionero” fue mi profesor de fisiología en el segundo año de la universidad. Yo era un joven e impresionable estudiante en la Universidad de California, Los Ángeles. Me había adaptado fácilmente a la vida social universitaria y disfrutaba de mi nueva libertad lejos de casa. Pero mis estudios resultaron ser una dura curva de aprendizaje. Me encontré a punto de retirarme de una asignatura a semanas del final. Para mi promedio, decidí que lo mejor era volver a hacer el curso en verano.
Me senté tímidamente en el despacho de mi profesora con el impreso para dar de baja su clase, y ella me hizo prometerle que retomaría y continuaría mis estudios por más difíciles que se pusieran las clases. Me contó que yo era el primer estudiante no vidente o con visión reducida de su departamento. Dijo que esperaba que no fuera el último. Y así, me despachó con un juramento que cumplir. Y eso hice.
Enfermería
Me licencié en biología molecular, celular y del desarrollo, un nombre tan largo que hacía girar la cabeza de la gente. Estaba en la cima del mundo, creyendo que podía hacer cualquier cosa. Una creencia estimulada por los profesores que me apoyaron. Mi intención era estudiar medicina después, así que me tomé un año para trabajar en cardiología en un hospital cercano a casa.
Sin embargo, durante mi año sabático, empecé a recelar de ser médico por diversas razones, tanto personales como profesionales. En cambio, mi madre, que era enfermera, me empujó hacia el campo de la enfermería. Atraído por la versatilidad del sector y las estrechas relaciones con los pacientes, hice una solicitud en una universidad local y fui aceptado para asistir a un programa de 15 meses y obtener mi licenciatura en Enfermería.
La accesibilidad es lo que tú haces de ella
Una vez admitido en el programa, calculé que me esperaban una nueva serie de obstáculos académicos. Lo que no sabía era hasta qué punto. Una vez más, era el primer estudiante con visión reducida del programa. Me adentré en un nuevo territorio mientras buscaba las adaptaciones para atender mejor a mis pacientes. Esto requirió abogar mucho por mí y educar a los profesores para que aprendieran a adaptarse a mi situación. Mi mentalidad era: “No se trata de hacer excepciones; se trata de ser creativo”.
Las adaptaciones que me dieron fueron los siguientes:
● Lupa de mano: se utiliza para un acceso rápido (por ejemplo, para leer las etiquetas de los medicamentos o ver las marcas de una jeringa).
● Lupa digital: se utiliza para leer etiquetas cuando la lupa de mano es inadecuada para leer la pantalla de la computadora.
● SuperNova Dolphin: este lector de pantalla es portátil con USB y permite un fácil acceso a través de múltiples computadoras. Lo utilizaba para consultar historiales médicos electrónicos, ya que normalmente trabajaba en distintas unidades de varios hospitales.
● Lupa de Windows: es una herramienta interna de la computadora. Se accede a través de los ajustes en “Aumento del zoom”.
● Gafas telescópicas: hechas a medida para adaptarse a mi visión, estas gafas me permiten realizar procedimientos con seguridad lejos del paciente. Esto incluye la inserción de vías intravenosas y catéteres.
La lección importante aquí es que hay que ser ingenioso. Experimenté con varias herramientas y busqué soluciones prácticas para determinar qué adaptaciones funcionarían bien. Asimismo, investigué y me puse en contacto con otros profesionales de atención médica no videntes o con visión reducida, un proceso que me hizo muy consciente de lo escasa y dispersa que es nuestra presencia en todo el país. Sabía que sus situaciones nunca se parecerían a la mía, pero comprendí mejor lo que significaba compartir experiencias e ideas sobre accesibilidad y eso me hizo sentir muy bien.
Crear el espacio
Me adaptaba al papel de estudiante de enfermería, asistía a rotaciones clínicas y me esforzaba en las clases cuando me di cuenta de una dura verdad: trabajé el doble para demostrar que pertenecía a este lugar. Desde la lucha por las adaptaciones hasta la preocupación del profesorado por mi capacidad para brindar una atención “segura y eficaz” debido a mi visión reducida, luché contra los prejuicios implícitos de los que me rodeaban mientras mis esfuerzos por demostrar competencia clínica se ponían bajo el microscopio.
Me veían como un paciente, no como un colega, y a muchos les resultaba difícil comprender el cambio de mentalidad en la formación de enfermería. En realidad, este campo nunca se creó pensando en gente como yo, y yo estaba derribando muros y reconstruyéndolos para generar espacios al mismo tiempo que desafiaba las creencias tradicionales de la enfermería. Algunos apreciaron lo innovadores que eran mis esfuerzos, como el profesor que se reunió conmigo en un momento difícil de mi programa o las enfermeras que me enseñaron en un día más de lo que había aprendido en toda la semana.
Mis compañeros también se incorporaron como amigos durante las temporadas difíciles.
Recordar el “porqué”
Situaciones como ésta pueden reavivar el fuego o apagarlo. El punto álgido de mi lucha por permanecer en la escuela de enfermería fue al final del segundo semestre. A estas alturas, ya me había enfrentado a discrepancias académicas, estudiantes que me habían tomado de punto y acusaciones basadas en mi visión. Me sentía profundamente desanimado y me planteé dejar la profesión cuando me hicieron repetir un curso y retrasar un semestre mi graduación.
Sin embargo, cuando estaba con los pacientes siempre me acordaba de por qué había elegido la enfermería. Lo que es curioso es que un paciente preguntó por mis gafas de telescopio, y otro me dijo que “sería un enfermero estupendo”. Cada vez que entraba en el hospital, hacía todo lo posible para que la persona que tenía delante se sintiera más humana, aprendiendo sobre quién era más allá de su historial médico. Por razones propias y de mis familiares, crecí yendo a innumerables visitas al médico y al hospital. Todo esto para decir que toda mi vida supe como es el otro extremo de la atención médica. Como persona con visión reducida, he llegado a aceptar la perspectiva única que ofrezco.
Sentirse identificado
Siento que me identifico más con mis pacientes cuando los atiendo. Existe una profunda conexión cuando tengo en cuenta las acciones aparentemente pequeñas que marcan una diferencia significativa para ellos porque, en un momento dado, también lo hicieron para mí.
Además, soy un ejemplo tangible, ya que demuestro perseverancia a pesar de las limitaciones físicas. Ya fuera cuando tomé de la mano a una paciente que deliraba mientras la sometían a un procedimiento, o en mi primer código azul, o cuando escuché la historia de un hombre sin hogar, o cuando consolé a un médico con cáncer o ayudé a comer a un paciente con visión reducida dándole consejos que aprendí de primera mano, cada interacción reforzó mi decisión de seguir en la enfermería.
Un pionero en la atención médica
El sector sanitario necesita desesperadamente profesionales con discapacidad dispuestos a ser pioneros en la inclusión y la diversidad. Los pacientes se sienten más cómodos viendo en su equipo médico a alguien que se parece a ellos. Con espíritu de innovación y resiliencia, estoy a solo unas semanas de la graduación. Cada día en la escuela de enfermería es una lección, y aprendí a ser más amable conmigo y los demás. No pude apreciar plenamente el título de “pionero” que se me concedió cuando estaba en segundo año en la universidad.
Ahora comprendo la belleza de la lucha por abrirse camino en medio de la oposición. No creo en derribar barreras y dejar una estela de escombros y ruinas sin ningún cambio real. Creo que hay que derribar esas barreras y prenderlas fuego para que sirvan de faros que guíen a quienes tengan el valor de seguirlas.