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Nota del editor: El autor, George Stern, imparte un curso para alumnos universitarios que estudian para ser docentes de educación especial. Nos recuerda que, tanto si se realiza un evento en directo como virtual, hay que pensar en la inclusión desde el principio.
Una caravana de cosas inesperadas
“Hola y bienvenidos a todos, ¿cómo va todo?” Estas son las palabras amables y acogedoras con las que abrí una clase para un grupo de maestros practicantes desde el preescolar al 12.° grado (K-12). Excepto, no del todo, porque lo dije en francés: ”¡Bonjour et Bienvenu, tous le monde! Ça va?” Seguí hablando en francés mientras me presentaba (“Je m’appelle Georges; je suis étudiant diplômé au fac déducation à Texas Tech.”) – luego presenté a mi copresentador, nuestro tema y algunas preguntas iniciales con la esperanza de que fuera un bello francés inaccesible. No fui completamente despiadado: Me presenté (en francés) y pregunté si todo el mundo me entendía, sugería amablemente que levantaran la mano y pidieran una guía rápida de referencias con el alfabeto en lenguaje de señas estadounidense (ASL, por su sigla en inglés) si no me entendían. Y cuando sentía que la gente no entendía mis preguntas, las repetía, hablando más alto y más despacio. ¿Estas “adaptaciones” fueron mínimamente útiles? Sólo para alguien que entienda francés.
¿Ese era mi público? No. ¿Tenía buenas intenciones? Sí, creo que lo hice y eso debería ser importante ¿cierto?
En aquella clase ocurrían muchas otras cosas además del sorpresivo salto lingüístico a otro continente, toda una caravana de lo inesperado. Para empezar, el aula estaba a oscuras o al menos oscurecida. Además, la guía de estudio del día, aunque en inglés, estaba impresa con un tipo de letra atrozmente artístico que hacía casi imposible leerla en un aula bien iluminada y mucho menos en penumbra.
Este ejercicio tenía un sentido -varios sentidos, más allá de la incomodidad y de ser una forma furtiva de practicar francés.
Personalizar el acceso
Así pues, la conversación estándar sobre accesibilidad, en caso de producirse, tiende a centrarse en hipótesis. ¿Cómo harías la actividad X si tuvieras un alumno con discapacidad Y en tu clase? ¿Cómo harías más accesible el lugar P para la población especial Q? ¿Cómo harías la actividad Y si tuvieras la discapacidad Z? Suena clínico e impersonal, ¿verdad? La consecuencia natural de reducir la complejidad de la experiencia humana a un conjunto cambiante de variables. Considerar siempre la accesibilidad en la hipótesis tiene dos grandes inconvenientes.
En primer lugar, crea una situación en la que el acceso y las adaptaciones son siempre ideas tardías, percibidas como desviaciones de una norma ideal. A menudo veo esta dinámica con los candidatos a docentes: crearon su lección perfecta, su proyecto ideal, y entonces, ¡bum! Llega el hipotético alumno con discapacidad y empiezan a recalcular como un GPS en un embotellamiento en búsqueda frenética de los componentes que pueden agregar o eliminar para satisfacer esta necesidad “especial”.
Esto nos lleva al segundo inconveniente: las hipótesis están intrínsecamente limitadas por el alcance de nuestra imaginación y la cantidad de esfuerzo que estamos dispuestos o somos capaces de dedicarle. Por muy bienintencionados e innovadores que seamos, todos llegamos a un punto de saturación en el que la respuesta a la próxima variable condicional “¿Y si…?” es “No puedo”, “no lo haré”, “¡no lo sé!”.
Me gusta trasladar la conversación de lo hipotético impersonal a lo personal urgente, y la manera en que lo hago es con simulaciones diseñadas intencionadamente como la “hora de practicar francés”. Se subraya lo de “diseñado intencionadamente” porque hay mucho trabajo de simulación bienintencionado pero equivocado en torno a la discapacidad. Así, en la hora de practicar francés, no hay vendas en los ojos ni simuladores de visión reducida, ni tapones para los oídos, ni sillas de ruedas; en definitiva, nada que enmarque la experiencia como unas vacaciones hacia una identidad con discapacidad, una pretensión de ser otra persona. En lugar de eso, mis alumnos se sienten discapacitados tal y como son, simplemente porque el entorno no se adapta a sus necesidades “especiales”, lo cual, por supuesto, es el modelo social de la Introducción a la discapacidad: la discapacidad no tiene tanto que ver con lo que nosotros, como individuos, podemos o no podemos hacer, sino con lo que la sociedad y el entorno nos permiten o nos impiden hacer. No debemos ser una opción adicional; ¡se debe pensar en nosotros como una prioridad!
El resultado es una conversación más enriquecedora basada en una experiencia momentánea (pero intensamente personal) de discapacidad real y no fingida. En lugar de crear listas interminables de adaptaciones para este o aquel grupo específico, se invita a considerar desde el principio la naturaleza universal de las necesidades de acceso. En una clase impartida en francés, todos los que hablan inglés son discapacitados. En una habitación a oscuras, las personas videntes son discapacitadas. Y en la Luna o bajo el mar, todos los que respiran oxígeno son discapacitados.
La única pregunta real es: ¿estoy capacitado para negociar el acceso?
Una lección del Covid
Permítanme terminar parafraseando parte de un artículo que escribí en respuesta a nuestra experiencia colectiva de la pandemia:
La redefinición fundamental de las normas ante el coronavirus ha convertido en negociadores involuntarios y frenéticos de las necesidades de acceso a quienes antes eran el ejemplo por defecto de lo “normal” y lo “desprovisto de necesidades”, una transformación que incomoda a un segmento considerable de la población si la virulencia de las protestas contra el encierro sirve de indicio.
En un reportaje de NPR se habla sobre abogados experimentados desconcertados por la transición de los argumentos orales del Tribunal Supremo a un formato de llamada telefónica grupal, inseguros de cómo evaluar su eficacia en ausencia de las señales no verbales habituales en una situación cara a cara. Las redes sociales están repletas de relatos de segunda mano de personas que se sienten desplazadas, anónimas y desvinculadas en nuestro nuevo y perpetuo baile de máscaras. Las aplicaciones de reparto de comida y alimentos, antes ridiculizadas como frivolidades del primer mundo para perezosos, indulgentes y discapacitados necesitados, son de repente de uso generalizado, más funcionales en el contexto de la pandemia que todos los autos de lujo de la entrada de casa.
Y así, con una tos y un estornudo, hemos entrado en una realidad en la que la población sin discapacidad se encuentra marcando muchas de las mismas casillas que las personas con discapacidad llevamos marcando desde siempre. ¿Acceso a todo y actividades de calidad de vida limitados por la evaluación de riesgos de otra persona? Marcado. ¿Te cuesta creer que un empleador prefiera despedir y volver a contratar antes que buscar la manera de trabajar a distancia? Marcado. ¿Frustrado y abrumado por la pronunciada curva de aprendizaje inherente a todo lo que se hace en línea bajo el sol en nuestra nueva realidad de distanciamiento físico? Marcado. ¿Te sientes avergonzado por estar donde personas supuestamente bienintencionadas insisten en que no debes estar?, ¿te miran con recelo por una reacción física involuntaria?, ¿estás aburrido y deprimido por tu aislamiento de la comunidad? Marcado, marcado, marcado continuo. Bienvenido al club más solitario atestado de gente de la Tierra.
Todo el mundo es discapacitado en las circunstancias adecuadas. Todo el mundo tiene necesidades de acceso en el entorno equivocado. Así que hagamos del acceso una prioridad y no una opción adicional.