Habilidades sociales que forjaron mi éxito: La historia de una profesional ciega

headshot of person outdoors

This content is also available in: English (Inglés)

Mientras crecía como niña ciega, recuerdo momentos pequeños pero significativos. Para algunos, estas cosas pueden no parecer importantes, pero al mirar hacia atrás, estas sencillas experiencias me ayudaron a desarrollar mis habilidades sociales y contribuyeron a mi éxito en la vida y en el trabajo.

Recuerdo que siempre quise encajar y ser como mis compañeros videntes. Mi madre y mi maestro para estudiantes con discapacidades visuales (TVI, por sus siglas en inglés) apoyaban ese objetivo. Aunque algunos objetivos sociales estaban incluiddos en mi Programa Educativo Individualizado (PEI) en la escuela, muchos momentos de aprendizaje se produjeron de forma espontánea y natural como parte de la vida cotidiana.

Postura positiva

Al carecer de motivación para prestar atención a cosas que no podía ver visualmente, a menudo me sentaba con la cabeza hacia abajo. Me cansé de los repetidos recordatorios: «¡Levanta la barbilla!», que interrumpían mi concentración durante las conversaciones o las tareas.

A mi madre se le ocurrió una idea novedosa que me ayudó a acabar con la costumbre de sentarme con la cabeza hacia abajo: se ofreció a pagar a mis amigos 25 centavos cada vez que me recordaran que levantara la cabeza. Por supuesto, me sentía mortificada, ¡y no quería que mis amigos ganaran dinero a mi costa! Dediqué tiempo y energía a romper el hábito. Empecé a ser más consciente de cómo se sentaban los demás, con la cabeza levantada y no con la barbilla pegada al pecho.

Nota del editor: Aunque esta historia refleja la experiencia personal de la autora, el ConnectCenter de la American Printing House for the Blind no respalda el uso del pago entre iguales ni métodos similares. Se anima a los lectores a elegir las estrategias positivas que mejor se adapten a su situación.

Las expresiones faciales y el lenguaje corporal son importantes

En quinto grado, un chico guapo se incorporó en nuestra clase. Como todos los demás, esperaba que me hablara. Un día me preguntó: «¿Por qué no sonríes?».

La pregunta me dejó perpleja. Como niña ciega, me perdí la oportunidad de ver sonrisas, esas expresiones de aprobación, aprecio, felicidad y acuerdo. Puedes apostar a que, a partir de ese día, me aseguré de sonreír, sobre todo cuando saludaba a alguien. La primera impresión es importante.

En el octavo grado, tuve una maestra de inglés estupenda. Hacía diagramas de frases con espaguetis secos para que yo pudiera experimentar la retroalimentación táctil. Un día, hizo una pausa en la clase y me explicó que, cuando la gente habla entre sí, suele mantener el contacto visual o, al menos, mirar en la dirección de su interlocutor. Efectivamente, si escuchaba con atención, podía oír de dónde procedían las voces y saber cuándo se miraban unos a otros mientras hablaban. A partir de ese momento, me esforcé por mirar a la gente -u orientarme en su dirección- mientras interactuaba.

Tácticas de baño y lecciones inesperadas

De joven, me daba pavor ir a los baños públicos, no por la inaccesibilidad, sino porque me disgustaba tener que buscar el botón o la palanca de la cisterna. Por muy precavida que fuera, siempre tocaba cosas que no quería. Me alivió saber que mucha gente simplemente echa el pie derecho hacia atrás y tira de la cadena con el pie. Por supuesto, las cisternas automáticas son un invento fantástico. Sin embargo, ese truco de tirar de la cadena con el pie me impresionó tanto que lo envié a la base de datos Fred’s Head de APH, un recurso ahora descontinuado para personas ciegas o con baja visión, donde se compartían consejos y trucos.

¡Charla en la mesa!

Una noche en la escuela de posgrado, evité por los pelos la humillación durante la cena cuando un compañero me preguntó: «¿Por qué coges la cuchara como un niño pequeño?». Se refería a la forma en que agarraba la cuchara: con el puño, en vez de con el agarre habitual.

Como no había aprendido esta habilidad mediante la observación visual, como suelen hacer los niños videntes, seguía utilizando un agarre más propio de niños pequeños. Pregunté cómo se sujeta correctamente una cuchara y me dijeron que es más parecido al agarre de un lápiz: se sujeta entre el pulgar y el índice, con el dedo corazón apoyado encima.

Ahora, cuando como algo como puré de papas, sujeto la cuchara cerca del extremo del mango, donde encuentro un buen equilibrio. Para la sopa o los alimentos líquidos, «subo» el mango, sujetándolo más cerca del cuenco de la cuchara para tener mejor control. Hasta el día de hoy, hago un esfuerzo consciente por usar correctamente los cubiertos.

En conclusión

Siempre agradezco las aportaciones de los demás y creo que el aprendizaje social es un proceso que dura toda la vida. Incluso como cliente de rehabilitación vocacional, algunos de mis Planes Individuales para el Empleo (IPE, por sus siglas en inglés) incluían horas para capacitación en ajustes personales, también conocido como habilidades para la vida diaria.

A lo largo de los años, he reunido e integrado estas pequeñas lecciones en mi rutina diaria. Estas habilidades ahora me resultan naturales y me dan confianza, ya sea cuando me encuentro con amigos, me entrevisto para un trabajo o promuevo la concientización sobre la discapacidad.

Más información:

Share This: