Encuentre su pasión: desmitificar lo que es correcto o bueno

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¿Quién soy de verdad? 

Cuando un bebé nace, su cerebro está programado para copiar lo que ve. El bebé observa y, en pocas semanas, se relaciona de forma natural con el mundo que lo rodea. Si alguien sonríe, el bebé le devuelve la sonrisa. Se recompensa al bebé por su bonita sonrisa con más sonrisas y elogios. Y así transcurre el desarrollo del niño y del yo.  

Pero, ¿qué es el “yo”? Existen muchas definiciones; Karen D. Horney sostenía que el verdadero yo, en contraposición a la imagen idealizada de uno mismo, consiste en las capacidades únicas de crecimiento y desarrollo.  

La ceguera y la visión reducida 

¿Qué pasa con los que tenemos visión reducida o ceguera? ¿Cómo llegamos a desarrollar el yo? ¿Es el resultado de la biología o de la crianza (la composición genética frente al entorno)? El debate continúa, tal vez escribamos un artículo sobre este tema en breve.  

Lo que está claro es que las personas con visión reducida o ceguera pierden oportunidades de aprender con tan solo observar a los demás. Algunas habilidades deben enseñarse de forma directa: por ejemplo, ¿cómo se relaciona una persona con visión reducida o ceguera significativa en una fiesta en la que hay mucha gente, música y obstáculos que esquivar? ¿O cómo sabemos si alguien está interesado en conocernos sin información visual?  

Estas preguntas no son exclusivas para las personas no videntes o con visión reducida. Sin embargo, el estrés natural de transitar por un mundo de videntes puede añadir inseguridad a lo que ya puede ser una situación estresante. Algunos nos cuestionamos lo que hacemos y emitimos juicios de valor sobre ello, desde elegir la ropa “adecuada” hasta hacer bien un trabajo o ser “bueno” en un pasatiempo.  

La autorreflexión  

Durante toda mi vida, evité utilizar el bastón blanco. Tenía la suficiente visión funcional como para parecer una persona “común” y no quería destacar ni parecer “rara”. Por eso, si estaba sola, evitaba los lugares desconocidos o abarrotados. Era muy diferente en ese entonces. No puedo creer que me perdiera experiencias porque sentía que tenía que desempeñar un papel para pertenecer.  

Al igual que yo, el poeta y dramaturgo del siglo XIX Oscar Wilde tenía mucho que decir sobre el “yo”. Tomemos como ejemplo esta escena de la obra de 1895 “Un marido ideal”, en la que el personaje Sir Robert C. le pregunta a la Sra. Cheveley si se considera optimista o pesimista. Ella responde que no era ninguna de las dos cosas y que ambas posturas son meras actitudes. Sir Robert C. continúa con otra pregunta:  

Sir Robert C.: ¿Prefiere ser natural? 
Sra. Cheveley: A veces. Pero es una actitud muy difícil de mantener. 

Yokasta Ureña es una latina de tez clara que celebra Halloween con sus alumnos de preescolar. Va vestida de bailarina con el pelo recogido en un moño y lleva puesto un leotardo negro, un tutú y calcetines de rayas. La foto se tomó en la biblioteca del aula, delante de un gran árbol de papel.

Las actitudes 

¿Cuántas actitudes adoptamos a fin de encajar como personas con discapacidad? ¿Estas actitudes son necesarias? ¿O nos impiden convertirnos y aceptar lo que somos? ¿Cuántas actitudes se pueden mantener en un momento determinado, sin importar la discapacidad? El deseo de pertenecer y de aceptación no es exclusivo de las personas con discapacidades. Es una necesidad humana innata. Una necesidad que puede confundirnos cuando intentamos comprender y aceptar quiénes somos. 

Wilde retomó el tema de la identidad auténtica en la obra titulada “De Profundis”, que compuso durante su estancia en prisión. En esta obra afirma: “Es totalmente cierto. La mayoría de las personas son otras personas. Sus pensamientos son opiniones de otro, sus vidas un remedo, sus pasiones una cita”. 

Cómo llegar a ser uno mismo 

Una de las realidades de la era tecnológica actual es que vivimos bajo la presión de un sinfín de posibilidades. Queremos ser alguien, tener lo último y convertirnos en los mejores. Las personas con visión reducida o ceguera sufrimos la presión adicional de tener que desempeñarnos y ajustarnos a las expectativas de la sociedad.   

Sin embargo, el éxito es subjetivo y lo que realmente importa es lo que queremos para nuestras vidas. Por ejemplo, esta fue mi experiencia: después de depender casi siempre de otros para realizar actividades, ahora (y desde hace ocho años) llevo el bastón blanco a todas partes. Por fin me harté de intentar encajar y volví a centrarme en mis propios objetivos.  

Desde entonces, viajo por todo el mundo y terminé el Recorrido en bicicleta por los cinco distritos de Nueva York de 80 kilómetros en tres ocasiones. En retrospectiva, quisiera haberles dado prioridad a mis deseos. Por suerte, ahora me siento cómoda con mi “normalidad” y ya no me preocupan las expectativas de la sociedad.  

Estamos solos cuando acaba el día y llega la noche. Las opiniones de los demás no importan. Al fin y al cabo, somos los arquitectos de nuestras propias vidas. ¿Cómo quiere que sea su vida?  

Cómo ser uno mismo 

El trabajo que más satisfacción me dio fue el menos remunerado. Como profesora de preescolar, me pasaba el día con niños de cuatro años explorando plantas, jugando con pintura y hablando sobre los sentimientos. A veces me olvidaba de que estaba trabajando. Aunque en la cultura occidental ser profesor no tenga el prestigio que tienen otras carreras o títulos, trabajaba con una felicidad absoluta. En última instancia, eso es lo que importa; lo que encuentro dentro de mí cuando estoy sola… la felicidad.   

Si aún no lo hizo, le pido que haga una autoevaluación honesta: ¿qué cree que enriquecería su vida? ¿Hay algún pasatiempo que quiera probar? ¿Hay alguna carrera sobre la que quiera aprender más? Espero que nos esforcemos por encontrarnos a nosotros mismos y así contribuir a la sociedad con nuestras cualidades únicas.  

Seguiremos desarrollando el tema de la autoevaluación sincera en el segundo artículo de “Encuentre su pasión”, en el que exploraremos el poder y el valor de adoptar pasatiempos. Mientras tanto:   

“Sé tú mismo; los demás ya están ocupados”. 

Oscar Wilde