Pan, arroz o tostada: inclusión cultural en la mesa de transición
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Al igual que ocurre con la elección de alimentos, hay muchos factores que influyen en la forma en que los jóvenes ciegos o con visión reducida y sus familias hacen frente a la transición. Queremos invitarlo a descubrir cómo los objetivos de transición deben ser bien personalizados, se deben plantear para satisfacer las necesidades de las personas en sus entornos familiares y sociales, y deben considerar metas únicas y herramientas diferentes para cada persona ciega y con visión reducida en su transición de la escuela secundaria a la vida adulta.
Algunos preparan bocadillos de pan para comer, mientras que otros disfrutan de tostadas con ceviche. Yo, sin embargo, disfruto más de un plato de arroz con carne y verduras. La elección del almuerzo es muy personal. Suelen reflejar la crianza de cada persona, sus valores y antecedentes culturales, así como sus circunstancias y necesidades alimentarias. Todos sabemos que no hay una dieta “correcta” para todo el mundo, y somos conscientes de que juzgar la elección de comida de una persona no suele gustar.
Por qué es importante
Una de las conversaciones centrales en la planificación escolar y de la transición gira en torno a la independencia y a la importancia de dominar las habilidades para la vida independiente. Tradicionalmente, los ciegos, las personas con baja visión y los discapacitados en general han hecho hincapié en el dominio de las habilidades necesarias para llevar una vida independiente. A los estudiantes se les dice que deben aprender a cocinar con seguridad, a viajar con eficacia y a gestionar y limpiar su casa para tener éxito.
Con el objetivo de transición predeterminado de vivir de manera independiente de la familia nuclear o extendida, se pretende brindar a los jóvenes las herramientas necesarias para alcanzar el “sueño americano” definitivo de salir de casa y obtener más libertades. Pero este resultado de la transición, basado en el valor occidental del individualismo, puede ser diferente a las expectativas del estudiante y su familia (Cage, 2019; Zhang, 2005; Zhang & Rosen 2018).
Valores culturales
Se deben tener en cuenta los valores culturales de los estudiantes y las familias para que la transición sea más exitosa.
Según datos de la Encuesta sobre la Comunidad Estadounidense 2014-2018, se estima que entre el 22,0 % y el 44,5 % de la población habla un idioma distinto del inglés en el hogar. A medida que aumenta la diversidad en Estados Unidos, es importante que los educadores, las familias y los alumnos se den cuenta de que cada uno de nosotros tiene una perspectiva única.
Independencia según los valores culturales
Entonces, ¿qué significa independencia?
Resulta que no hay una sola manera de definirlo.
Para muchos miembros de la comunidad latina, significa establecer la propia individualidad sin dejar de interconectarse con la unidad familiar. Para muchas personas de las comunidades asiáticas, significa poder contribuir a la propia familia. Estas comunidades tienden a valorar el colectivismo y el sentido de pertenencia; la autosuficiencia se logra con el fin de promover el progreso familiar (Conroy, 2006; Zhang & Rosen 2018).
Mientras estaba en la escuela, nadie me preguntó nunca cómo me imaginaba mi “independencia” cuando terminara de estudiar. En un esfuerzo por desarrollar objetivos de transición adecuados, los estudiantes y sus familias deben preguntarse: “¿Qué significa para mí la independencia?”
Una mirada al futuro
Queremos ofrecer una visión importante de los viajes de tres personas ciegas o con visión reducida con diversos antecedentes y experiencias.
Nuestras historias ilustran cómo redefinimos lo que la planificación de la transición significaba para cada uno de nosotros. Es válido que los estudiantes y las familias tengan sus puntos de vista sobre la independencia, y esa opinión se debe respetar e incluir en la mesa de transición.
Pan: empiece con una taza de café
Por Daisy Soto
Empiece con una taza de café
Todas las conversaciones importantes que me han cambiado la vida han tenido lugar tomando un café.
Como hija ciega de inmigrantes mexicanos, la primera niña de la familia y la primera en ir a la universidad, es seguro decir que hubo muchos momentos significativos que mi familia y yo compartimos en la mesa de la cocina con tazas humeantes.
Algunas de esas charlas familiares trataban sobre la transición, la idea de la independencia y las expectativas de mi familia, mis profesores y la sociedad. Se sabe que América Latina tiene una cultura colectivista, pero crecer en Estados Unidos también me había dado una fuerte mentalidad individualista. Además, creo que de forma inconsciente, mi familia tuvo el instinto de abrigarme y sobreprotegerme por ser ciega y mujer.
Por supuesto, las cosas no siempre eran tan difíciles. A veces hablábamos de los resultados de American Idol o de qué vestido llevar al baile de graduación, pero me gustaría compartir un par de ejemplos breves en los que las respuestas no eran tan claras ni tan alegres.
Expectativas
Como mencioné, algo que surgió de manera constante a medida que crecía y comenzaba a descubrir cómo manejar y planificar mi futuro después de la escuela secundaria eran las expectativas de los demás.
La expectativa de mis padres, derivada, creo, del amor y la preocupación y de lo que conocíamos como normal, era que permaneciera con mi familia o cerca de ella a pesar de tener más de dieciocho años. Por el contrario, la expectativa de muchos de mis profesores, instructores de ceguera y mentores era que diera el paso de ir a la universidad y seguir adelante con los planes que me interesaban.
Al plantear este dilema a mis amigos, me di cuenta de lo difícil que era para muchos de ellos relacionarlo. Del mismo modo, la falta de profesionales disponibles para ayudar a mis padres a entender todo lo que ocurría hizo que las cosas fueran mucho más difíciles. Este fue uno de los primeros momentos en los que de verdad noté una diferencia de cultura e ideas con respecto a mis compañeros. Pensaba que tenía que elegir entre una cosa u otra: quedarme con mi familia para la felicidad colectiva o aventurarme por mi cuenta para mi beneficio personal.
En cierto modo, siempre había tenido la sensación de que tenía que ser una cosa u otra: completamente ciega cuando estaba con otros estudiantes discapacitados o actuar como vidente y no reconocer mi ceguera cuando estaba con mis compañeros de clase; estar inmersa por completo en la cultura pop inglesa y estadounidense cuando estaba con amigos, pero ser capaz de hablar español perfecto con mis familiares. Me llevó algún tiempo y muchas conversaciones darme cuenta de que había una forma de hacer las dos cosas, de ser las dos cosas.
Tras graduarme en el instituto, asistí a un centro de habilidades para la vida en la zona de la bahía, el primero de muchos compromisos. Pude vivir en un lugar que siempre había querido explorar y mejorar mi independencia sin sentir que alejaba a mi familia. El tiempo limitado de un año que pasé en el centro de habilidades para la vida fue un periodo de adaptación para mis padres, y tuve la oportunidad de ver cómo nuestra dinámica familiar podía amoldarse a este nuevo camino.
El día que decidí quedarme de manera definitiva en la bahía, llamé a mi madre para desayunar. Le di la noticia mientras preparaba café en una cafetera francesa que acababa de comprar y ella calentaba leche en la hornalla para el suyo. Le pedí que vinieran a visitarme ese verano y le prometí que iba a llamarlos todo el tiempo. Estaba muy nerviosa por lo que pudiera pasar y aún me debatía entre querer estar con ellos y querer estar sola. Al final todo salió bien, y con los años empecé a encontrar un equilibrio entre mis valores individuales y colectivos.
Las conversaciones profundas café mediante no se terminaron, pero las afronto con mucho menos temor. Me di cuenta de ello el día que se lo confesé a mi madre mientras tomábamos unos cafés lattes de caramelo, sabiendo que quería ayudarla a entender esta parte de mi identidad y dándome cuenta que necesitaba entenderla a ella también. Volví a notarlo el verano pasado, después de que nuestra familia pasara por una serie de emergencias médicas, y me debatí entre la sensación de que debía volver a casa para ayudar, pero también sabía que quería volver a mi propio hogar, seguir construyendo sobre la independencia y la vida que había empezado a crear para mí misma.
Si tengo algún consejo sobre la transición y todo lo que conlleva, sería que nada es solo blanco o negro, descafeinado o doble expreso. No hay una única forma correcta de hacer las cosas ni un único camino, y contar con personas que ayuden a salvar esas distancias puede ser de gran ayuda.
Arroz: una guarnición de verduras de hoja
Por Ann Wai-Yee Kwong
Una verdura de hoja verde
Yu Choy Sum es una verdura china de hoja verde que mi familia y yo comemos, por lo general, en la cena. Es un alimento familiar y reconfortante. Sin embargo, hasta entonces no había prestado mucha atención a cómo se cocinaba en la mesa familiar, ya que mi madre solía encargarse de hacer la compra y preparar la comida en casa mientras yo crecía.
Durante toda mi infancia, la educación fue una piedra angular en nuestra familia; durante la cena, mis padres, sin falta, nos preguntaban a mi hermano y a mí por la escuela y nuestras notas. Aunque nunca habían ido a la universidad, creían firmemente en la importancia de los estudios para el éxito futuro.
Comparo mi transición con mi relación con el Yu Choy Sum, el componente básico de la cena, con el valor de la educación y, hasta cierto punto, con el objetivo final de graduarse en la universidad. Ese objetivo me resulta muy familiar; sin embargo, no sabía muy bien cómo conseguirlo, así como tampoco sabía bien para qué comía Yu Choy Sum. ¿Cómo me pagaría la universidad? ¿Con quién puedo hablar y qué debo tener en cuenta a la hora de elegir un centro?
Valores y objetivos
La primera etapa de mi viaje de transición comenzó con la identificación clara de mis valores y objetivos y mi compromiso con ellos.
En el 2000, mi familia y yo emigramos de Hong Kong en busca de mejores oportunidades, ya que el acceso a la educación para personas ciegas o con visión reducida era limitado. Respetar a los mayores y formar parte de la unidad familiar son conceptos importantes dentro de la comunidad china. Por eso, apreciar el sacrificio de mis padres y su insistencia en ir a la universidad sembró pronto la semilla de la educación.
Cuando entré en el último año de la escuela secundaria, nuestras conversaciones durante la cena giraban casi siempre en torno a cómo pagar la universidad y a qué centros solicitar plaza. La presión familiar para que tuviera éxito académico, aunque provenía de intenciones positivas, entraba en conflicto con los mensajes de los profesionales de la escuela, lo que me hizo cuestionarme mis valores muy pronto. A menudo se me desaconsejaba la transición directa a la universidad después de la secundaria; en las conversaciones aparecían con frecuencia frases como “No te graduarás; mira las estadísticas”, ya que los profesionales creían que adquirir primero habilidades para la vida independiente y la ceguera es fundamental en la transición.
En aquel momento no lo comprendí del todo. Sin embargo, este desajuste de valores en la planificación de la transición entraba en conflicto con la estrecha definición de éxito que propugna el mito de la minoría modelo, que es el estereotipo según el cual se espera que un asiático-americano destaque en su rendimiento escolar, asista a una universidad de prestigio, sea pasivo y alcance el éxito profesional en los campos de las ciencias o las matemáticas.
Ambas partes de mi identidad, la hija chino-estadounidense y la estudiante de secundaria no vidente en Estados Unidos, estaban en conflicto, y yo luchaba por encontrar un equilibrio entre estas expectativas divergentes. En última instancia, esta tensión dificultó la primera parte de mi transición, en la que mi decisión de valorar y asistir a la universidad directamente después de la escuela secundaria supuso que, al principio, contara con menos apoyo por parte de los profesionales, lo que perturbó nuestra confianza.
Investigación
La segunda fase fue aprender a investigar y consultar con mi comunidad y mis mentores. Al igual que tuve que aprender estrategias para elegir los productos más frescos y tiernos para mis comidas, tuve que investigar mucho para reducir la lista de universidades a las que podía asistir.
Hablé con otras personas ciegas y con visión reducida y llamé a todas las oficinas de servicios para discapacitados de las universidades que me interesaban para evaluar las ventajas y las desventajas. Me di cuenta de que los sistemas de transporte para ir a la universidad también eran algo que debía tener en cuenta, porque no solo estudiaría, sino que también tendría que vivir, trabajar, viajar y socializar en el campus.
Al ser ciega, las conversaciones no me parecían suficientes para investigar. Quería visitar los campus para entender bien el entorno universitario. Pensé en visitar mis dos opciones principales, la UC Los Ángeles y la UC Berkeley, para decidir con conocimiento de causa.
Cuando compartí esto en una memorable cena con mis padres, mi madre me dijo: “¿Por qué no vas a la UCLA? Está cerca de casa. Podemos ayudarte a lavar la ropa y llevarte sopa si te enfermas. Además, Berkeley está muy lejos, ¿cómo vamos a hacer para visitarte?”. Respondí, señalando el plato de Yu Choy Sum que había sobre la mesa: “Creo que elegir entre mis mejores opciones es similar a aprender a escoger ingredientes frescos que nutran la salud. Me gustaría explorar Berkeley, visitar el campus y determinar, en función de la investigación y la experiencia, si es adecuado para mí. Algún día, en un futuro cercano, puede que tenga mi propia familia y tenga que ir al supermercado y seleccionar yo misma el Yu Choy Sum fresco, como hiciste tú por nosotros. No puedo esperar simplemente que me lo cocinen y lo pongan en la mesa; me gustaría aprender las habilidades necesarias para contribuir de nuevo a la unidad familiar. A diferencia de los malos productos, si me comprometo con una escuela que no es adecuada para mí, serán varios años que afectarán a mi futuro”. Mis padres se sorprendieron con mi comparación y, a pesar de sus temores por tener que conducir más de seis horas hasta el norte de California, mi familia hizo un viaje por carretera a la zona de la bahía, lo que finalmente desembocó en mi decisión de ir a Berkeley.
Hasta el día de hoy, doy crédito al alimento básico de la familia, el Yu Choy Sum, como el puente que sostuvo la comunicación entre mi familia y yo para ayudarnos a todos a darnos cuenta del proceso de selección de una universidad adecuada y a identificar las diferentes herramientas necesarias para llegar a ella.
Expansión
Mientras sigo creciendo y haciendo transiciones en mi vida actual, he entrado en la tercera fase, ampliando mis objetivos y añadiendo nuevos alimentos básicos a mi mesa.
Mi experiencia en la UC Berkeley sentó unas bases sólidas para aventurarme a salir de mi zona de confort y continuar mi desarrollo profesional. Se agregaron a mi comida nuevos alimentos básicos (como chuletas de cerdo y coles de Bruselas); esto representa las nuevas experiencias vividas durante mi viaje de transición, que llevo a casa y comparto con mi familia de forma habitual.
Después de graduarme en Berkeley, hice una pasantía en Washington DC, viajé a Minneapolis para presentar trabajos en conferencias nacionales, y ahora resido de forma permanente en la zona de la Bahía y trabajo como gerente del Programa de transición en Lighthouse en San Francisco con el objetivo de empoderar a la próxima generación de jóvenes y sus familias en sus viajes de transición.
Tostada: pastel para el postre
Por Jovany Barba
Pastel para el postre
Cuando pienso en comida y celebraciones que representan una transición en la vida, como cumpleaños de quince, bodas y graduaciones, me imagino un imponente pastel de varios pisos.
Así, amigos míos, es como represento las transiciones en la vida, no separadas en sí mismas, sino más bien capas que se construyen unas sobre otras. Y aunque la vida está llena de transiciones, me gustaría extenderme en tres grandes transiciones que tuvieron lugar a lo largo de mi vida: la educación, la independencia y el crecimiento personal.
Educación
Podría decirse que tuve una infancia bastante normal. Iba a la escuela, jugaba con mis amigos y me metía en líos como la mayoría de los niños. Recuerdo como si fuera ayer un día que iba en bicicleta por la calle y choqué por accidente contra el coche del vecino y le rompí la luz trasera. En ese momento estaba muerto de miedo. Sin embargo, cuando reflexiono sobre lo ocurrido, creo que eso es exactamente lo que mis padres querían que pasara. No necesariamente para enfadar al vecino y pasarle factura, sino para tener la libertad de cometer errores; para no estar al abrigo del mundo.
Esto me preparó para el éxito. Como estadounidense de primera generación, no vidente y primogénito de la familia, mis padres y yo tuvimos que hacer frente a muchas cosas. Mis padres, inmigrantes en Estados Unidos, no entendían el inglés. Por lo tanto, muchas de las decisiones que giraban en torno a la escuela recaían en los administradores y profesores.
Estoy muy agradecido por haber podido asistir a una escuela pública fuera de mi ciudad natal. Allí pude aprender braille además de otras habilidades relacionadas con la ceguera, al tiempo que disponía de un aula para discapacitados visuales en el campus y asistía a clases ordinarias.
Formación continua
En la comunidad latina, el sentimiento de machismo, de mantenerse a sí mismo y a su familia, y de ser un miembro activo de la sociedad es muy fuerte. Por eso la educación era una piedra angular de la filosofía de mis padres. Todo el tiempo me presionaban para que me fuera bien en la escuela para que algún día pudiera mantenerme a mí y a la familia. Gracias en parte a su apoyo, a los ánimos de mis profesores y a la motivación de mis compañeros, me destaqué en los estudios, pasé primero al colegio comunitario y, luego, a la UCLA. Las transiciones a esas respectivas instituciones fueron momentos muy importantes para mí, porque sentí que estaba marcando la diferencia en mi árbol genealógico, que estaba logrando lo que la gente creía que era posible. Y lo que es más importante, creí más en mí mismo, en que podía aprender y obtener títulos.
Sinceramente, elegir y prosperar en mi colegio comunitario y en la UCLA no fue tarea fácil. Sí, me enfrenté a los obstáculos típicos, como aprender a moverse en un nuevo campus, las particularidades de la vida universitaria y dejar atrás las comodidades de los instructores de visión (TVI, por su sigla en inglés). Sin embargo, había más cosas que tener en cuenta dado mi bagaje cultural y mi estatus socioeconómico. En primer lugar, ¿cómo iba a pagarme la universidad? Mis padres siempre me habían dicho: “O tenemos una casa o vas a la universidad. Será mejor que encuentres una forma de financiar esto sin necesidad de préstamos”. Por suerte, lo conseguí, gracias a ayudas económicas y becas. Una vez en el campus, me tocó averiguar cómo funcionaba la oficina para estudiantes con discapacidades y cómo buscar recursos. Nadie de mi familia había hecho esto antes, ni sabía a quién pedir ayuda.
Menos mal que soy autodeterminado y persistente en la búsqueda de recursos.
Como ocurre en la vida, hubo otra transición mientras continuaba mis estudios postsecundarios.
Independencia
Fue a lo largo de aquellos años formidables cuando sentí que se producía un cambio poderoso en mi interior. Empecé a ir a talleres de Wayfinder Family Services, donde conocí por primera vez a compañeros de mi edad fuera del mundo académico. Y lo que es más importante, me presentaron a una red de profesionales ciegos que me inspiraron, me motivaron y me dijeron que podía tener una carrera exitosa y vivir en mi propia casa. Había encontrado una red de personas felices con un empleo, en las que me veía reflejado.
Luego, me animé a participar en un programa de tres semanas, después en uno de siete semanas y, por último, en un programa residencial de un año. Por mucho que mis padres quisieran que fuera independiente, yo sentía que nunca lo conseguiría si no abandonaba el nido. Por eso decidí tomarme un año sabático en la universidad y asistir al The Hatlen Center for the Blind, en el norte de California.
A mis padres, como pueden imaginar, no les hizo ninguna gracia oír esta noticia. Temían que estuviera a cientos de kilómetros y viviendo solo. «Ni siquiera sabes cocinar», decía mi madre. “Se te va a incendiar la casa y te morirás de hambre”. “Bueno, esa es la razón por la que me voy”, le decía. Aunque me había destacado en mis estudios, sentía que me faltaban habilidades para lograr una vida independiente. Me costó convencerlos, pero con su bendición, di el paso y me mudé.
No fue para nada fácil dejar el lugar al que había llamado hogar durante toda mi vida, pero en el fondo sentía que era un paso necesario para mi desarrollo. ¿Y saben qué? Dejar atrás todo y a todos los que conocía resultó ser una de las mejores decisiones que podría haber tomado.
No es fácil para las comunidades latinas desprenderse de sus hijos. Nunca me dijeron que me fuera de casa a los 18 años, pero por el bien de mi independencia, sentí que debía hacerlo. A lo largo de ese año aprendí y crecí como nunca hubiera imaginado. Adquirí las habilidades y la confianza necesarias para cocinar, hacer la compra, viajar, gestionar las finanzas e incluso afilar cuchillos. A partir de ese momento supe que, con mi formación académica y mis nuevas habilidades para la vida independiente, no había nada que me impidiera alcanzar mis objetivos.
Al mismo tiempo, mi familia se vio obligada a dejarme ir y ver todo de lo que soy capaz. Mis padres me visitaban de vez en cuando y era yo quien cocinaba para ellos, los llevaba de excursión y les demostraba todo lo que soy capaz de hacer.
Crecimiento personal
Por último, me gustaría hablar de otro momento de transición que cambió mi vida. En ese momento tenía los estudios, tenía mi reciente independencia, pero había una cosa más que me frenaba: mi sexualidad. Durante mi infancia no tuve mentores, ni había retórica de la comunidad LGBTQ en los medios de comunicación. Desde luego, mis padres no hablaban de temas LGBT, y cuando lo hacían, siempre eran comentarios negativos. Durante años enterré mi identidad LGBT por miedo a lo desconocido.
Al principio no fue demasiado difícil; estaba ocupado sacando buenas notas, trabajando en la universidad y aprendiendo habilidades de independencia. Todas estas cosas me impedían sumergirme profundamente en mí mismo. Sin embargo, llegó un momento en que, mientras vivía fuera de casa, sentí que si quería ser yo mismo de verdad, tenía que hacer la “transición” hacia mi identidad completa.
Pongo transición entre comillas porque yo no diría que hice la transición; siempre había sido quien soy, sino que hice la transición para que el mundo lo supiera. De ninguna manera pretendo hacer de esto una historia de salida del armario, pero creo que es una parte importante de lo que soy, ya que se entrelaza con otras partes de mi identidad. Mi cultura, mi religión y mi ceguera desempeñan un papel en mi experiencia personal.
Para no dejarlos con incertidumbre, me alegra informales que mi familia y mis amigos me aceptan y me quieren a pesar de las dificultades culturales.
¿Recuerdan que mencioné la tarta adornada presente en las celebraciones? Creo que representa quién soy y cómo defino las transiciones en mi vida. Las transiciones por las que pasé en mi vida se construyeron unas sobre otras. Mis padres, profesores y compañeros fueron una base sólida que me permitió destacarme en la universidad. Abandonar las comodidades del hogar me dio la confianza necesaria para prosperar de forma independiente y establecer contactos con otras personas. Por último, la capa superior, en la que me identifiqué y expresé mis experiencias vividas, sustenta mi verdadera identidad. Cada una de estas capas ofrece el soporte sobre el que puedo mantenerme en pie. Puedo mostrar al mundo quién soy, de dónde vengo, lo que he conseguido y hacia dónde me dirijo.
Puntos principales y consejos finales
Ahora que escuchó tres interpretaciones de la transición, queremos dejarle algo para reflexionar. La diversidad y las identidades interconectadas que se describen en los relatos anteriores destacan la idea de que cada persona es un individuo con un trasfondo y una historia personal únicos. Un plan de transición que funciona para un joven puede no funcionar para otro. Todas las personas involucradas deben estar abiertas a ideas y perspectivas diferentes.
- Se anima a los estudiantes ciegos o con visión reducida que están en plena transición a invitar a mentores como parte de la toma de decisiones informadas. Busque historias; con cuanta más personas interactúe y hable, más amplios serán sus conocimientos. Tal vez pueda incorporar las experiencias de estas personas a su viaje de transición. No es necesario que lo haga todo por su cuenta.
- Para educadores y orientadores: sean conscientes de la diversidad que aporta cada estudiante. Es necesario entender que cada joven puede estar en un punto diferente de su transición y tener diferentes interpretaciones de la independencia y la discapacidad.
- Para los familiares: reconozcan que su participación y perspectiva son muy valiosas en el proceso de transición. Del mismo modo que los jóvenes ciegos o con visión reducida deben salir de su zona de confort y aprender a asumir responsabilidades de adultos, toda la familia debe adaptarse a estos cambios. La comunicación y el apoyo son fundamentales para llevar a cabo con éxito la transición y volver a imaginar esta etapa importante de la vida.
No importa si es con una taza de café, una guarnición de Yu Choy Sum o un pastel, ¡usted decide!
Referencias
Cage, C. (2019). Culturally Responsive Transition Planning, documento temático. VCU Center on Transition Innovations. Consultado el 1 de febrero de 2021 en https://centerontransition.org/publications/download.cfm?id=90
Conroy, P. W. (2006). Cultura hmong y discapacidad visual: Estrategias para prácticas culturalmente sensibles. Re:View, 38(2), 55–64. https://doi-org.proxy.library.ucsb.edu:9443/10.3200/REVU.38.2.55-64
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Zhang, D. (2005). Prácticas de los padres para facilitar las habilidades de autodeterminación: La influencia de la cultura, el nivel socioeconómico y la situación de los niños en la educación especial. Research & Practice for Persons with Severe Disabilities, 30(3), 154-162.
Zhang, Y., y Rosen, S. (2018). La filosofía confuciana y las actitudes contemporáneas de la sociedad china hacia las personas con discapacidad y la educación inclusiva. Filosofía y Teoría de la Educación, 50(12), 1113-1123. https://doi-org.proxy.library.ucsb.edu:9443/10.1080/00131857.2018.1434505