Aislamiento social y soledad entre los adultos mayores y su relación con la pérdida de la visión
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por Alberta L. Orr, MSW
La soledad y el aislamiento social son problemas de salud pública cada vez más frecuentes en nuestra sociedad, sobre todo en los adultos mayores. De hecho, la soledad y el aislamiento social son problemas internacionales de salud pública que afectan sobre todo a los adultos mayores en todo el mundo (Fakoya et al., 2020; Campaign to End Loneliness, 2013).
Hacia finales del siglo XX, la importancia de los “vínculos sociales”, la cantidad, la calidad y los beneficios de las relaciones humanas, se convirtió en uno de los principales focos de la investigación empírica sobre los determinantes sociales de la salud. Comprender por completo el alcance y la complejidad de la influencia de los vínculos sociales en la salud es todo un desafío. Tanto el número total y la extensión de las relaciones sociales como la calidad de estas son factores importantes que influyen en la salud. El aislamiento social y la soledad son dos aspectos significativos de las relaciones sociales que cada vez ocupan un lugar más destacado en la literatura científica.
Aunque estas experiencias se producen a lo largo de toda la vida, la mitad de las personas de 60 años o más corren el riesgo de sufrir aislamiento social, y un tercio experimentará algún grado de soledad más adelante (Fakoya et al., 2020). Freedman & Nicolle (2020), se refirieron al aislamiento social y la soledad como los “nuevos gigantes geriátricos” en el título de un artículo en el Canadian Family Physician, publicado en marzo de 2020.
Del mismo modo, al escribir sobre el aislamiento social y la soledad, Galambos (2020) comienza su artículo de la siguiente manera:
“Hay un asesino entre nosotros. Es un asesino silencioso y discreto que llega a ciudades bulliciosas, comunidades suburbanas y el campo. Llega a personas de todas las clases y contextos. ¿En qué consiste esta grave, pero subestimada amenaza para la salud pública? Es el aislamiento social y la soledad, que, al igual que la pandemia de coronavirus, representan riesgos para la salud potencialmente mortales, sobre todo para los adultos mayores (párr. 1)”.
Las personas mayores con pérdida de visión forman parte de esta población con gran riesgo de sufrir aislamiento social y soledad.
El impacto social de vivir solo en las personas mayores
El aumento extraordinario en el número de personas que viven solas es uno de los cambios sociales más significativos del mundo moderno. Hoy en día, vivir solo es frecuente en las sociedades desarrolladas y abiertas, y los hogares unipersonales representan más del 25 % de todos los hogares de Estados Unidos y Canadá en todos los grupos etarios (Klineberg, 2012).
En 2020, casi el 27 % (14,7 millones) de todos los adultos mayores que viven en la comunidad vivían solos. Este número incluye 9,7 millones de mujeres y 5 millones de hombres, que representan el 33 % y el 20 % respectivamente. El 41 % de la generación del baby boom ya tiene 65 años o más. La proporción de personas que viven solas aumenta con la edad, tanto en hombres como en mujeres. Por ejemplo, entre las mujeres de 75 años o más, el 42 % vivían solas (ACL, 2021).
Tendencia demográfica: hay más mujeres mayores que hombres
Una importante tendencia demográfica relacionada con el envejecimiento, en particular con el envejecimiento y el aislamiento, es que hay muchas más mujeres mayores que hombres mayores. Dado que hay muchas más mujeres mayores que viven solas y que la proporción de personas que viven solas aumenta con la edad, cuanto más mayores son las personas, más probable es que las mujeres vivan solas, tal como indica la estadística anterior. La soledad entre las mujeres mayores es motivo de preocupación debido a los cambios vitales que experimentan, como la viudez y la necesidad de irse de su hogar de muchas décadas. Estas circunstancias de vida se asocian a una mayor vulnerabilidad al aislamiento social y la soledad, y afectan más a las mujeres que a los hombres (Beal, 2006).
Impacto la salud y el bienestar
Vivir solo puede hacer que los mayores sean más vulnerables a la soledad y el aislamiento social, lo que afecta a la salud y el bienestar. Algunos adultos mayores que viven solos pueden pasar días sin ver a otras personas ni hablar con nadie (NASEM, 2020). Se demostró mediante estudios que la soledad y el aislamiento social están asociados a un mayor riesgo de padecer problemas de salud como cardiopatías, depresión y deterioro cognitivo. También se demostró en investigaciones que el aislamiento social percibido (es decir, la soledad) es un factor de riesgo para un peor rendimiento cognitivo general, un deterioro cognitivo más rápido y un peor rendimiento funcional (Cacioppo y Hawkley, 2009).
Definición de aislamiento social y soledad
Se estudió mucho el concepto de aislamiento social y los adultos mayores. Se suele usar como sinónimo de soledad, pero aunque están muy relacionados, son diferentes. En 2019, en el Instituto Nacional sobre el Envejecimiento (National Institute on Aging [NIA, por su sigla en inglés]) se descubrió lo siguiente:
“Gran parte de lo que sabemos sobre las causas y los efectos del aislamiento social y la soledad procede de las revolucionarias investigaciones del difunto doctor John T. Cacioppo, pionero en el campo de la neurociencia social que dirigió la Neurociencia Cognitiva y Social de la Universidad de Chicago y fue becario del NIA (párr. 8)”.
El Dr. Cacioppo descubrió que estar solo y la soledad son dos cosas diferentes pero relacionadas. Tanto el aislamiento social como la soledad son términos que denotan un grado de desconexión social (Cacioppo & Cacioppo, 2018).
El aislamiento en adultos de 50 años o más se produce debido a un complejo conjunto de circunstancias y factores en varios niveles: el individual, el de la red social, el de la comunidad y el de la sociedad. En muchas áreas multidisciplinares se reconoció que el aislamiento es un problema entre la tercera y la mediana edad, y se ofreció un aporte único para abordarlo a través de la práctica clínica, los enfoques comunitarios y la investigación. Entre estas disciplinas se incluyen la sociología, la psicología, el trabajo social, la epidemiología y la salud pública, la gerontología, la neurociencia social, la medicina (que incluye la psiquiatría, la enfermería y la terapia ocupacional), la política pública y la planificación urbana. Se reveló en una revisión bibliográfica que hay un amplio solapamiento entre disciplinas en cuanto a cómo se define y conceptualiza el aislamiento entre los adultos de 50 años o más (AARP Foundation, 2012).
El aislamiento social es el estado objetivo de separación física de otras personas, tener poco contacto social y vivir solo. También se suele definir como tener una baja cantidad y calidad de contacto con los demás. Es un concepto objetivo porque puede medirse mediante la observación de la red social de un individuo. El aislamiento social también se define como aislamiento físico, menor tamaño y diversidad de la red social o contacto menos frecuente con la familia y los amigos, y aumenta el riesgo de soledad. Existe aislamiento social cuando un individuo no tiene oportunidades para relacionarse socialmente. La falta de contactos sociales y el hecho de tener pocas personas con las que relacionarse con frecuencia provoca aislamiento social (NASEM, 2020).
La soledad es el sentimiento subjetivo de estar solo o aislado debido a la falta de relaciones sociales. Suele definirse como la discrepancia entre los niveles reales y deseados de conexión social (Perlman y Peplau, 1998). La soledad es la sensación de aislamiento más allá del tamaño objetivo de la red social. Es la contraparte subjetiva del aislamiento social.
Entre las predicciones novedosas de la Teoría Evolutiva de la Soledad de Cacioppo (2018) se encuentra que la soledad desencadena de manera automática un conjunto de procesos conductuales y biológicos relacionados que contribuyen a la asociación entre la soledad y la muerte prematura en personas de todas las edades. El estudio sistemático de estos procesos a través de generaciones está en marcha (Cacioppo & Cacioppo, 2018).
La conexión social y la conectividad engloban una serie de términos que se usan en la literatura científica (por ejemplo, apoyo social, integración social y cohesión social) que documentan cómo el hecho de estar conectado de manera física o emocional con otras personas puede influir en la salud y el bienestar.
Existe una fuerte conexión social que protege la salud; la falta de conexión social conlleva riesgos para la buena salud y el bienestar. La importancia y la magnitud de los riesgos asociados al aislamiento social y la soledad ganaron reconocimiento y están alcanzando proporciones epidémicas, en particular desde la COVID-19 (Jeste et al., 2020).
Otro término, vulnerabilidad social, puede ayudar a explicar cómo se relacionan las circunstancias sociales con la salud y se refiere al grado en que la situación social de una persona la hace susceptible a sufrir más agresiones sociales o relacionadas con la salud (Freedman y Nicolle, 2020). Andrew et al. (2008) aplicaron el concepto a partir de un Índice de Vulnerabilidad Social, que incluye variables de autoinforme como el estado socioeconómico, las relaciones, los apoyos sociales, la alfabetización y los factores de la situación vital.
Dado que el número de adultos mayores de 65 años crece de manera exponencial, muchos están socialmente aislados y se sienten solos con regularidad. Durante el brote de coronavirus de 2020, se plantearon aún más desafío debido a consideraciones sanitarias y a la necesidad de practicar el distanciamiento físico. No poder ver a los miembros de la familia, en particular a los nietos, o a los cónyuges mayores que estaban hospitalizados o en centros de vida asistida era devastador. Pero según este autor, no poder tocar a otro ser humano era lo peor del aislamiento social y la soledad.
Factores clave de riesgo de aislamiento social y soledad
Vivir solo ya se estableció como un importante factor de riesgo de aislamiento social y soledad. Un factor de riesgo es cualquier agente o situación que se sabe que hace a un individuo o una población más susceptible al desarrollo de una condición negativa específica y que aumenta las posibilidades de que una persona desarrolle una enfermedad, condición o circunstancia problemática como el aislamiento social. Por ejemplo, un estilo de vida sedentario es un factor de riesgo para el desarrollo de enfermedades cardíacas, fumar cigarrillos es un factor de riesgo para el cáncer de pulmón y la obesidad es un factor de riesgo para las enfermedades cardíacas. La edad es un factor de riesgo para muchas enfermedades y comorbilidades, así como para el aislamiento social y la soledad.
Los adultos mayores corren un mayor riesgo de sufrir aislamiento social y soledad debido a los cambios en la salud y en los vínculos sociales, que se producen durante el proceso de envejecimiento. Según Donovan y Blazer (2020), entre los factores de riesgo clave se incluyen:
- pérdidas sensoriales, auditivas o visuales;
- pérdida de la memoria (incluidas distintas formas de demencia, en particular la enfermedad de Alzheimer);
- discapacidad funcional que limita la capacidad de la persona para socializar;
- dificultad para desplazarse;
- pérdida de familiares y amigos (el propio entorno social);
- acontecimientos vitales disruptivos (como un cambio de residencia);
- el duelo (quizá la causa inmediata más importante de aislamiento social y soledad);
- enfermedad y problemas de salud;
- jubilación.
Pérdida de los sentidos, aislamiento social y soledad
Según Coyle et. al., 2017, la mala visión autodeclarada es un fuerte predictor del aislamiento social. Se sabe que la ceguera y la visión reducida se asocian a una menor satisfacción vital y a la depresión. Coyle et. al. explican que “la discapacidad visual autodeclarada se asocia con el aislamiento social, incluso después de realizar ajustes por demografía, enfermedad crónica, limitaciones funcionales y discapacidad, y puede ser un predictor más fuerte de aislamiento social que una medida clínica de agudeza” (NASEM, 2020, capítulo 4, párr. 11). John Crews y sus colegas realizaron un estudio crítico sobre este tema y descubrieron que la gravedad de la discapacidad visual autodeclarada en las personas mayores está muy relacionada con una calidad de vida negativa en cuanto a la salud (Crews et. al., 2014). Las transiciones de la vida son acontecimientos inevitables que pueden ir desde la jubilación hasta la muerte de un ser querido. A menudo implican una pérdida que provoca una sensación de desequilibrio. Lo mismo ocurre con la pérdida de visión asociada a la edad. En la vejez, es frecuente que se produzcan múltiples transiciones de vida en un mismo periodo y que estén relacionadas entre sí, como la pérdida de un cónyuge que asistía a su pareja con pérdida de la visión.
Los efectos de la ceguera o la visión reducida pueden restringir la actividad social y las oportunidades de interacción. Los adultos mayores que sufren una pérdida de visión relacionada con la edad experimentan con frecuencia una ruptura de su red social porque sus amigos no saben cómo interactuar con ellos ahora que “se están quedado ciegos”. Estos adultos mayores deben renunciar a su licencia de conducir, y muchos no tienen acceso al transporte público. La movilidad reducida y las limitaciones funcionales pueden reducir de manera directa las redes sociales de la persona al reducir el acceso a la familia y los amigos. En la sociedad actual, muchas personas viven a grandes distancias de sus seres queridos, que no están disponibles para ayudarlas con las tareas cotidianas o hacerles compañía. Las personas mayores que sufren pérdida de visión relacionada con la edad suelen estar física y socialmente aisladas; el proceso de adaptación a la pérdida de visión es un camino duro, que se agrava por la falta de vínculos sociales.
La pérdida de audición también afecta a las relaciones sociales. Los adultos mayores con presbiacusia (pérdida de audición relacionada con la edad a causa de una disminución de la agudeza auditiva derivada de cambios degenerativos en el oído) tienen dificultades para mantener conversaciones con amigos y familiares, lo que puede dar lugar a menos interacciones con la gente, aislamiento social y mayores índices de soledad. Además, la prevalencia de la pérdida combinada de audición y visión aumenta mucho con la edad; más del 50 % de las personas de 65 años o más con pérdida de visión afirman tener pérdida de audición (Estados Unidos, 2022).
Soledad: riesgos para la salud
Estar solo puede hacer que los mayores sean más vulnerables a la soledad y el aislamiento social, lo que afecta a la salud. La población mayor de 65 años suele experimentar una disminución de su red social debido a la pérdida de familiares, amigos y vecinos. No todos los adultos mayores pueden recomponer su sistema de apoyo con nuevos vínculos y relaciones sociales.
Cuando la soledad perdura y se hace crónica, las consecuencias pueden afectar a todos los ámbitos de la vida. La soledad crónica se caracteriza por lo siguiente:
- ser incapaz de conectar profundamente con los demás;
- tener conocidos pero no amigos íntimos;
- dudar de sí mismo;
- tener baja autoestima;
- tener dificultad para socializar.
Las personas que sufren soledad crónica no están necesariamente aisladas de la soledad. El individuo que está siempre solo se siente apartado de los demás, más allá de su entorno o de quién esté con él (Impact of Social Isolation on Cognitive Health, párr. 13-14).
Resulta interesante que el efecto del aislamiento social sobre la mortalidad se haya estudiado más a fondo que la soledad. En cambio, el efecto de la soledad sobre la salud se estudió mucho más que el del aislamiento social. Los efectos del aislamiento social y la soledad repercuten en la salud y el bienestar; son complejos y es necesario investigar mucho más (OMS, 2021; NASEM, 2020).
Hay factores físicos como las enfermedades cardíacas, los accidentes cerebrovasculares o el cáncer que pueden aumentar los riesgos de aislamiento social y soledad, aunque la relación suele ser bidireccional. Las disminuciones de la capacidad intrínseca, como las deficiencias sensoriales y la pérdida de audición, aumentan los riesgos, al igual que los trastornos psiquiátricos como la depresión, la ansiedad y la demencia (NASEM, 2020). También hay ciertos rasgos de la personalidad, como el neuroticismo (es decir, el afecto negativo), la falta de simpatía y los niveles bajos de concienciación, aumentan el riesgo de soledad; estos rasgos están determinados en parte genéticamente (OMS, 2021).
Aislamiento social y riesgos para la salud
Los adultos mayores que están aislados socialmente o que se sienten solos tienen más probabilidades de ser hospitalizados o ingresados en salas de emergencias. Sus estadías en el hospital suelen ser más largas y los reingresos son más frecuentes. El aislamiento social y la soledad también se asocian a un mayor riesgo de padecer trastornos médicos y mentales, como los siguientes:
Muchas personas mayores padecen enfermedades crónicas que pueden agravar el aislamiento social y la soledad. Las principales afecciones crónicas entre los adultos mayores de 65 años en 2019 incluyen lo siguiente:
- artritis (48 %);
- enfermedad coronaria (14 %);
- infarto de miocardio (9 %);
- angina (4 %);
- cualquier tipo de cáncer (25 %);
- EPOC, enfisema o bronquitis crónica (10 %);
- accidente cerebrovascular (9 % en 2017-2018); y
- diabetes diagnosticada y no diagnosticada por el médico (29 % en 2015- 2018) (ACL, 2021).
Según Holt-Lunstad et. al. (2010), la consecuencia más profunda es que la soledad se asocia con la mortalidad o la muerte. La falta de relaciones sociales adecuadas en la vida de una persona es casi tan predictiva de la mortalidad como fumar 15 cigarrillos al día y más predictiva de la mortalidad que la obesidad o la exposición crónica a la contaminación atmosférica. La soledad expone al individuo a un mayor riesgo de muerte prematura y aumenta el riesgo de suicidio, violencia doméstica, abuso de sustancias, trastornos alimentarios y muerte por todas las causas. Estos datos son de un estudio de 8,4 millones de personas de todas las edades; por tanto, la soledad afecta de manera negativa a todo el mundo. Hay una necesidad urgente de ayudar a hacer frente a la epidemia de soledad en todas las edades (Holt-Lunstad, 2020; Perissinotto et. al., 2012).
Además, las personas que se ven aisladas de manera inesperada debido a la enfermedad de un ser querido, la separación de amigos o familiares, la pérdida de movilidad, el empeoramiento de problemas de visión o audición, la discapacidad, o la falta de movilidad o el acceso al transporte, corren un riesgo especial de sufrir soledad y aislamiento social. Los adultos mayores pueden correr un mayor riesgo de aislamiento social y soledad si se enfrentan a algunas de las siguientes circunstancias en su vida:
- vivir solo;
- no poder salir de casa;
- haber sufrido una pérdida importante o un cambio en la vida, como la muerte de su cónyuge o pareja o la jubilación;
- tener problemas financieros;
- cuidar a una persona con una enfermedad grave;
- tener problemas psicológicos o cognitivos, como depresión o ansiedad;
- tener poco apoyo social;
- tener problemas de audición;
- tener pérdida de visión asociada a la edad (NIA, 2019).
El lugar de residencia también puede contribuir al aislamiento social y la soledad. Estos son algunos de estos factores:
- vivir en un barrio rural, inseguro o de difícil acceso;
- tener barreras lingüísticas en el lugar de residencia;
- no tener acceso o tener acceso limitado al transporte público;
- sufrir discriminación por motivos de edad, raza, etnia, orientación sexual o identidad de género en el lugar donde vive;
- no participar de forma significativa en actividades o no tener un propósito (AARP Foundation, 2012).
Estos factores de riesgo también pueden dar pistas sobre qué buscar en familiares, amigos o vecinos que están aislados o se sienten solos (AARP Foundation, 2012).
Acompañamiento
Se descubrió mediante un estudio de la Universidad de Michigan-AARP que 1 de cada 3 adultos mayores de 50 años carecen de compañía regular (AARP Foundation, 2018). En otro estudio de AARP se indicó que la soledad es más común entre aquellos que nunca se casaron, con un 51 % (AARP Foundation, 2018). La soledad, es decir, la falta de compañía o el aislamiento social, tiene importantes consecuencias para la salud de las personas mayores. En 2018, en la Encuesta Nacional sobre Envejecimiento Saludable de la Universidad de Michigan se preguntó a algunos de los adultos de entre 50 y 80 años del país sobre su salud, comportamientos de salud, experiencias y sentimientos relacionados con la compañía y el aislamiento social. Se demostró que millones de adultos mayores en todo el país luchan con sentimientos de soledad, aislamiento y falta de compañía regular (AARP Foundation, 2018).
Se indicó que estos sentimientos eran más comunes entre los que tenían problemas de salud física o mental y los que vivían con pérdida de audición. Este hallazgo se suma a un creciente conjunto de investigaciones que relacionan el aislamiento social con diversos efectos negativos para la salud, incluida una menor esperanza de vida (AARP Foundation, 2018).
Resulta interesante que, mientras que la mayoría de los que dijeron sentir falta de compañía también se sentían aislados socialmente y viceversa, el 37 % de los que sentían falta de compañía no se sentían aislados, y el 20 % de los que se sentían aislados no sentían falta de compañía (AARP Foundation, 2018).
Riesgos y factores de protección de la soledad y el aislamiento social
Mediante la encuesta nacional sobre soledad mencionada anteriormente, se descubrió que los problemas de salud mental y física, vivir solo o no vivir cerca de la familia aumentaban la probabilidad de sentirse solo. Las personas que no están conformes con su vida familiar y social también son más propensas a declarar que se sienten solas que las que personas que sí están conformes (AARP Foundation, 2018).
Un buen apoyo social, las interacciones cotidianas significativas, estar en pareja y una baja ansiedad social son fuertes factores de protección contra la soledad. Por otra parte, los factores que impiden a las personas relacionarse con otras, como las enfermedades de larga duración, las discapacidades, los problemas de transporte, el desempleo o la exposición a la violencia doméstica o comunitaria, pueden aumentar el aislamiento social y la soledad (Holt-Lunstad, 2020).
La biología de la soledad
Perder el sentido de la vinculación y la comunidad cambia la forma en que una persona percibe la vida y el mundo. Una persona que experimenta soledad crónica puede sentirse amenazada y desconfiar de los demás, lo que activa un mecanismo biológico de defensa. El Dr. Steven Cole, director del Laboratorio Central de Genómica Social de la Universidad de California en Los Ángeles, se centró con su investigación financiada por el NIA en comprender las vías fisiológicas de la soledad (cómo afecta al funcionamiento de la mente y el cuerpo) y en desarrollar intervenciones sociales y psicológicas para combatirla. Por ejemplo, la soledad puede alterar la tendencia de las células del sistema inmunitario a promover la inflamación, necesaria para ayudar a nuestro organismo a curarse de las lesiones. Sin embargo, una inflamación demasiado prolongada aumenta el riesgo de enfermedades crónicas. Se demostró mediante investigaciones que los individuos solitarios tienen más inflamación y un sistema inmunitario con menos capacidad de respuesta (Cole, 2015).
El Dr. Steven Cole (2015) afirma que la soledad es un “fertilizante para otras enfermedades”. “La biología de la soledad puede acelerar la acumulación de placa en las arterias, ayudar a las células cancerosas a crecer y propagarse, y promover la inflamación en el cerebro que conduce a la enfermedad de Alzheimer”. La soledad promueve varios tipos de desgaste en el cuerpo” (NIA, 2019, párr. 15).
Agregó que las personas que se sienten solas también pueden tener células inmunitarias debilitadas y, por lo tanto, tienen problemas para combatir los virus, lo que las hace más vulnerables a algunas enfermedades infecciosas. Se siguiere mediante pruebas que la soledad crónica también puede perjudicarnos a nivel genético. Si la soledad persiste por mucho tiempo, puede tener un efecto fisiológico que active genes relacionados con la inflamación y, a su vez, puede ser un factor de riesgo de cardiopatías y cáncer (Cole, 2015).
Tipos de riesgos para la salud general y mental del aislamiento social y la soledad
Aunque es difícil medir con precisión el aislamiento social y la soledad, hay pruebas fehacientes de que muchos adultos de 50 años o más están aislados socialmente o se sienten solos de un modo que pone en riesgo su salud general y mental. Estos datos provienen de estudios recientes:
- El aislamiento social aumenta de manera significativa el riesgo de muerte prematura por todas las causas, un riesgo que puede compararse con los del tabaquismo, la obesidad y la inactividad física.
- El aislamiento social se asoció a un aumento del 50 % del riesgo de demencia.
- Las relaciones sociales deficientes (caracterizadas por el aislamiento social o la soledad) se asociaron a un aumento del 29 % del riesgo de cardiopatía y del 32 % del riesgo de accidente cerebrovascular.
- La soledad se asoció a mayores tasas de depresión, ansiedad y suicidio.
- La soledad entre los pacientes con insuficiencia cardíaca se asoció con un riesgo casi cuatro veces mayor de muerte, un riesgo 68 % mayor de hospitalización y un riesgo 57 % mayor de visitas a urgencias. Estos son algunos de los factores que contribuyen al desarrollo de estas afecciones entre las personas socialmente aisladas o solitarias:
- beber demasiado alcohol;
- fumar cigarrillos;
- no dormir lo suficiente;
Estos factores negativos pueden aumentar aún más el riesgo de padecer enfermedades graves.
Salud cognitiva
Es probable que los adultos mayores se enfrenten a cambios cerebrales relacionados con la edad, como la demencia y los accidentes cerebrovasculares, a medida que maduran. El aislamiento social, sobre todo el extremo provocado por la pandemia, puede empeorar los problemas cerebrales relacionados con la edad, y los adultos mayores sin problemas cognitivos graves corren, no obstante, el riesgo de sufrir un deterioro de la salud cognitiva cuando experimentan aislamiento social.
El aislamiento social y la soledad también pueden perjudicar el funcionamiento cognitivo y la salud cerebral. La soledad y el aislamiento social se relacionaron con una peor función cognitiva y un mayor riesgo de demencia, especialmente la enfermedad de Alzheimer (NIA, 2021).
También se observó que las personas solitarias obtienen puntuaciones más bajas en las pruebas de función ejecutiva en comparación con sus compañeros no solitarios (Cacioppo y Hawkley, 2009). La hipótesis es que estos sesgos cognitivo-emocionales pueden conducir a un ciclo de empeoramiento del retraimiento y la soledad.
Además, la escasa actividad social y el hecho de estar solo la mayor parte del tiempo pueden contribuir a reducir la capacidad para realizar tareas cotidianas como conducir, pagar facturas, tomar medicamentos y cocinar.
depresión;
Al considerar la soledad, uno de los resultados de salud es la depresión, y sabemos que la soledad permite predecir cambios en los síntomas depresivos, pero no viceversa. Una persona deprimida no es necesariamente más propensa a experimentar la soledad, pero alguien solitario es más propenso a tener un cambio en los síntomas depresivos (Cacioppo et. al., 2010; Klinenberg, 2012).
Algunos adultos mayores deprimidos experimentan amplios déficits de conexión social, como una gran soledad, poco apoyo social y menos vínculos sociales. Otros adultos mayores con depresión clínica o ansiedad generalizada informan de altos niveles de soledad no relacionados con medidas estructurales (es decir, instituciones, políticas sociales, ideologías) de red social o apoyo (NASEM, 2020).
Es importante tener en cuenta el dolor emocional asociado a la soledad porque puede activar las mismas respuestas de estrés en el organismo que el dolor físico. Las personas que se sienten solas experimentan dolor emocional. Perder el sentido de vinculación y comunidad puede cambiar la forma en que una persona ve la vida. Las personas que experimentan una soledad crónica por mucho tiempo pueden experimentar una sensación de falta de seguridad, sentirse amenazadas y desconfiar de los demás. Pueden desarrollar inflamación crónica (liberación hiperactiva o prolongada de factores que pueden dañar los tejidos) y una menor inmunidad (capacidad para combatir enfermedades). Esto aumenta el riesgo de enfermedades crónicas y puede hacer que las personas sean más vulnerables a las enfermedades infecciosas (Fakoya et. al., 2020).
Resultados de la investigación
Se determinó que el aislamiento social, la soledad y la vulnerabilidad social tienen importantes consecuencias para la salud. Según los trabajos de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina (2020), el aislamiento social y la soledad prevalentes en la población de edad avanzada dan lugar a los siguientes resultados.
- Está demostrado que el aislamiento social y la soledad aumentan de manera significativa el riesgo de mortalidad prematura; por el contrario, los vínculos sociales reducen este riesgo.
- El aislamiento social y la soledad también se asocian a una mayor morbilidad y a la desregulación de diversos biomarcadores de salud, como la inflamación.
- La política de salud pública que afecta a los vínculos sociales debe considerarse en todos los sectores gubernamentales, incluidos la salud, el transporte, la educación, la vivienda, el empleo, la alimentación y la nutrición, y el medio ambiente.
Se necesitan más pruebas para establecer intervenciones eficaces que reduzcan el aislamiento social y la soledad y atenúen sus efectos sobre la salud (Holt-Lunstad, 2020).
Aunque medir con precisión el aislamiento social y la soledad plantea dificultades, existen pruebas fehacientes de que muchas personas mayores están socialmente aisladas o se sienten solas, lo que pone en peligro su salud. Por ejemplo:
Las relaciones sociales deficientes (caracterizadas por el aislamiento social o la soledad) se asociaron a un aumento del 29 % en el riesgo de sufrir una enfermedad coronaria y del 32 % en el riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular. (CDC, s.f.)
Además, NASEM (2020) informó de que el aislamiento social y la soledad necesitan estudiarse de forma independiente como posibles predictores de los otros aspectos relacionados de los vínculos sociales, así como de los resultados de salud. Y lo que es más importante, deben examinarse en conjunto por dos razones importantes: “(1) para descubrir posibles vías por las que uno puede estar operando a través del otro, o en combinación con él, en la determinación de los resultados sanitarios; y (2) para estimar mejor la fuerza relativa de sus impactos sobre los resultados de salud y la mortalidad” (NASEM, 2020, Introducción, párr. 23).
Intervenciones estratégicas
Se estudiaron numerosas intervenciones para abordar la soledad y el aislamiento social, entre ellas las siguientes:
- facilitación social (incluida la tecnología);
- ejercicio;
- terapias psicológicas;
- servicios de salud y sociales;
- terapia con animales;
- relaciones de amistad;
- desarrollo de habilidades y ocio.
Sin embargo, las pruebas actuales de su eficacia son limitadas. Un enfoque centrado en la persona es esencial para la selección de intervenciones, y eso es muy importante para las personas con doble discapacidad sensorial, así como para las poblaciones marginadas y desatendidas.
Entre las poblaciones desatendidas se encuentran los nuevos inmigrantes, los adultos mayores que se identifican como LGBTQ+ (lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, queer o cuestionadores, y comunidades afines), los mayores indígenas y los mayores que viven en la pobreza o cerca de ella (CDC, s.f.). Los cuidadores mayores que experimentan aislamiento social y soledad también requieren una mayor evaluación (Freeman y Nicolle, 2020). Identificar intervenciones eficaces para el aislamiento social y la soledad es el desafío más grande, sobre todo mientras el país y el mundo intentan restablecer niveles de “normalidad”.
Los beneficios de tener un animal de compañía
Es difícil pensar en el aislamiento social y la soledad sin pensar en el poder de tener una mascota y lo que esta contribuye al apoyo social del adulto mayor, que puede ser limitado. Se demostró mediante estudios que el vínculo entre las personas y sus mascotas puede aumentar la aptitud física, reducir el estrés y aportar felicidad a los dueños. Algunos de los beneficios para la salud de tener una mascota incluyen la disminución de la presión arterial, la disminución del colesterol y los niveles de triglicéridos, la disminución de los sentimientos de soledad y el aumento de las oportunidades de socialización (Greco, 2019).
Según la Asociación Americana del Corazón (AHA, por su sigla en inglés), un grupo de expertos en enfermedades cardíacas convocado por la AHA descubrió que tener un animal de compañía está asociado a la reducción del riesgo de padecer enfermedades cardíacas y que hay una serie de razones que pueden influir en ello. Puede que las personas más sanas sean más propensas a tener mascotas o que las personas con perros tiendan a hacer más ejercicio. Tener un perro significa salir a la calle, pasearlo por el barrio y conocer a los vecinos. Esta es una de las formas en que las mascotas proporcionan apoyo social a sus dueños, lo que contribuye a crear vínculos sociales y a minimizar la soledad (Wells, 2009).
Cómo mantenerse en contacto con los demás o volver a hacerlo
Según el Instituto Nacional sobre el Envejecimiento (NIA, por su sigla en inglés), los cambios en el estilo de vida pueden aliviar a menudo los efectos negativos del aislamiento social en las personas mayores. Estas son algunas formas en que las personas mayores pueden hacerse cargo de su estilo de vida:
- cuidar de su salud física;
- controlar la hipertensión arterial;
- disfrutar de la actividad física;
- estimular la mente;
- mantenerse activo socialmente;
- controlar el estrés;
Maneras de mantenerse saludable
Hay formas de protegerse a uno mismo y a sus seres queridos de la soledad y el aislamiento social. Lo más importante es seguir una dieta saludable para el corazón y el cerebro, dormir lo suficiente y hacer actividades divertidas. Hacer actividad puede ayudar a controlar el estrés y permitir que la persona mayor se mantenga lo más saludable posible mental y físicamente. Hacer actividad física puede ayudar.
Los adultos mayores deben hacer ejercicios aeróbicos, de fortalecimiento muscular y de estiramiento de manera semanal, así como actividades de equilibrio según sea necesario a fin de obtener beneficios óptimos para la salud. En una planificación adecuada se deben tener en cuenta factores como la medicación prescrita, la nutrición, las lesiones, las artroplastia de cadera y rodilla y las afecciones crónicas.
Las personas que participan en actividades significativas y productivas que disfrutan con los demás sienten que tienen un propósito y tienden a vivir más tiempo. Se demostró mediante estudios que estas actividades pueden ayudar a mejorar el estado de ánimo, el bienestar y la función cognitiva (Shankar et. al., 2013).
Características de las personas que tienen un estilo de vida activo:
Se demostró en una investigación apoyada por el NIA que tener un sentido de misión y propósito en la vida está relacionado con unas células inmunitarias más sanas. Ayudar a los demás mediante el cuidado o el voluntariado también ayuda a las personas a sentirse menos solas y les permite tener un sentido de misión y propósito (2021).
Desde el NIA se destaca aún más la importancia crítica que tiene para los adultos mayores permanecer conectados, desarrollando una campaña y una infografía para difundir el mensaje:
Conclusión y llamada a la acción
Como se detalla en el artículo, el aislamiento social, la soledad y los términos relacionados son similares pero diferentes en aspectos importantes. Antes de la pandemia de COVID-19 existía una cantidad considerable de investigación y literatura sobre estos temas; la literatura de investigación posterior a la pandemia creció de manera exponencial. Además, la pandemia puso de relieve que, ahora más que nunca, es necesaria una investigación rigurosa sobre el impacto sanitario del aislamiento social y la soledad, así como el desarrollo de intervenciones para prevenir o abordar estas afecciones.
Es importante comprender el significado y las implicaciones de estos conceptos, sobre todo en lo que respecta a los adultos mayores y a aquellos adultos mayores que experimentan una pérdida de visión relacionada con la edad.
Como se señala en el artículo, las personas mayores no videntes o con visión reducida, especialmente las que padecen una doble discapacidad sensorial, corren un mayor riesgo de sufrir aislamiento social y soledad, ya que su pérdida sensorial disminuye la capacidad para relacionarse.
Desde el programa Servicios de Vida Independiente para Personas Mayores No Videntes (Independent Living Services for Older Individuals Who Are Blind), a través del cual se prestan servicios en todo el país, se puede marcar la diferencia ya que mediante este se reconoce a las personas mayores en situación de riesgo, se fomentan los vínculos sociales de las personas, incluida la participación en grupos de apoyo virtuales o presenciales, y la participación en actividades de la comunidad, como centros de mayores, grupos de manualidades, etc.
La industria sanitaria también tiene un papel importante que desempeñar. En el informe de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina (2020) se hacen recomendaciones específicas para que los entornos clínicos de atención sanitaria identifiquen a las personas que sufren las consecuencias negativas para la salud del aislamiento social y la soledad y lleven a cabo las intervenciones necesarias para mejorar sus condiciones sociales.
Los adultos mayores son los usuarios más frecuentes del sistema sanitario; por lo tanto, los profesionales de la salud, como los médicos de familia o las enfermeras, tienen la oportunidad de identificar, prevenir y mitigar los efectos adversos para la salud del aislamiento social y la soledad en los adultos mayores. Si no se identifican dentro del sistema de salud, muchos adultos mayores pasarán desapercibidos en sus comunidades. Las personas mayores no videntes o con visión reducida siguen siendo las más vulnerables, ya que la mayoría de los profesionales de la visión no las derivan a los servicios de rehabilitación visual (Low Rate of Referral, 2018).
Necesidad de una agenda de salud pública
Dada la solidez de las pruebas de los efectos sobre la salud de los vínculos sociales y el aislamiento, es necesario un programa político sólido para abordar este problema de salud pública.
Los responsables políticos deben abordar el aislamiento social y la soledad entre los adultos mayores mediante campañas de salud pública y desarrollar iniciativas y servicios que se extiendan a todas las comunidades, especialmente a las de bajos ingresos. La iniciativa Personas Saludables (Healthy People), llevada a cabo a través de los Institutos Nacionales de Salud, es un buen punto de partida. Ya tienen objetivos relacionados con los trastornos sensoriales y de la comunicación, incluida la derivación a servicios de rehabilitación visual.
Desde las agencias de servicios sociales de la comunidad se deben ampliar los esfuerzos de divulgación para hacer todo lo posible por llegar a quienes no pueden o no quieren abandonar sus hogares. Dada su experiencia en la creación de redes y respuestas comunitarias, los trabajadores sociales disponen de una capacidad única para poner en marcha este tipo de programas.
Establecer vínculos con el vecindario puede tener un impacto positivo en las personas mayores que sufren aislamiento social, soledad y poco apoyo social desde hace tiempo.
Se desarrollaron intervenciones estratégicas para abordar el aislamiento social y hacer frente a la soledad. Es imposible estandarizar las intervenciones; no hay un enfoque único para abordar la soledad o el aislamiento social. Las intervenciones deben desarrollarse o seleccionarse para satisfacer las necesidades de los individuos, de grupos específicos o del grado de soledad o aislamiento social experimentado.
En el futuro, la investigación debe dirigirse a determinar qué intervención funciona para quién, en qué contexto concreto y cómo.
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