Cultivar la independencia como un viaje, no como un destino

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1: La “palabra con I” y yo 

Hora de confesarse. Siempre me he sentido un poco incómodo con “la palabra con I”, “independencia”, especialmente con la idea de “hacer” a alguien más independiente. Es una palabra que, con demasiada frecuencia, viene cargada de suposiciones infundadas, comparaciones críticas y expectativas inflexibles. 

Por ejemplo, la madre que me dijo admirada: “Ojalá mi hija fuera tan independiente como tú”. 

Su hija, que estaba allí para asistir a la orientación de los alumnos de primer año de la universidad, igual que yo, estaba a nuestro lado, y juro que sentí que se hacía añicos.  Supongo que la madre vio a una persona no vidente segura de sí misma caminando decidida con su perro guía y deseó, con la esperanza de cualquier padre, que su hija mostrara la misma capacidad para valerse por sí misma. 

Había muchas cosas que ella no veía (no podía ver): que mis padres no tenían ni los recursos ni la comprensión de la universidad para acompañarme; que yo ya había pasado un año viviendo lejos de mi familia en una ciudad y un estado nuevos; que no era la primera vez que estaba en el campus, por lo que tenía la ventaja poco frecuente de la familiaridad; que había acumulado años de entrenamiento en artes marciales y en el escenario para forjar una sensación de confianza y competencia físicas. 

Recuerdo que hice un ruido y seguí mi camino, no sintiéndome como alguien que acababa de recibir un cumplido sino más como alguien que cargaba con el peso combinado de la frustración de una madre y la vergüenza de una hija. 

Así que, no me gusta “la palabra con I” y trato de mantenerla lo más lejos posible de mis pares. 

Sin embargo, se supone que en este artículo se ofrecen consejos sobre cómo los padres y otras figuras de autoridad en la vida de los niños sordociegos pueden fomentar la independencia. A continuación intento responder a esta pregunta con la esperanza de que nos ayude a todos a evitar algunos de los elementos más tóxicos de la cultura independentista. 

2: Independencia: el viaje, no el destino 

Para empezar, tenemos que rever nuestra idea de independencia. La abrumadora impresión que nos transmiten la cultura popular y los medios de comunicación es que la independencia es un destino fijo: la inevitable rampa de salida de la autopista de la infancia controlada por los padres o tutores hacia la carretera de una vida adulta y autodirigida. “¡Salida Independencia llegando al marcador de dieciocho millas! El pasajero debe estar preparado para tomar el volante y asumir todo el control y la responsabilidad inmediatamente”. La clave aquí es la idea de que el progreso de los niños hacia la independencia es (o al menos debería ser) casi automático, alimentado por una mezcla de hormonas, el paso de los años y un creciente deseo de autoexpresión. 

En el caso de los niños con discapacidades de baja incidencia, como la ceguera y la sordoceguera, al menos se reconoce que todo este asunto de la salida hacia la propia vida puede ser más complicado que eso. Por eso, se ha desarrollado todo un plan de estudios paralelo, un conjunto de servicios semipersonalizables bajo el título de “transición”, diseñados para ayudar a los alumnos con discapacidades a prepararse para la gran “I”. Algunos elementos comunes de un plan de transición son, por ejemplo, abrir una cuenta bancaria; obtener documentos clave para la “individualidad”, como la tarjeta de la seguridad social y el carné de identificación estatal; orientación vocacional y evaluación de aptitudes; práctica de la gestión del tiempo y el dinero; lecciones de orientación y movilidad en la comunidad, incluida la familiarización con el transporte público y las opciones de transporte compartido; desarrollo de aptitudes para la vida diaria, como cocinar, limpiar y organizarse; y formación en tecnología de asistencia. 

Sepa cuándo brindar apoyo

Reconocer la complejidad de llegar a ser independiente y ofrecer apoyos transitorios son los primeros pasos importantes de los que, en realidad, creo que podrían beneficiarse todos los niños, más allá de su condición de discapacidad. Pero son pasos en la dirección equivocada, que siguen apuntando a la “independencia” como un punto fijo al que hay que llegar, un objeto que hay que ganar o conquistar con una lista establecida de logros clave y tareas aprendidas.

La cuestión es que somos seres humanos, no una relación estado-nación. Salvo en el sentido jurídico más estricto, no ganamos ni obtenemos independencia; la ejercitamos como un músculo: es un proceso diario, hora a hora, minuto a minuto, más bien mundano, que consiste en decidir los quiénes, los qué, los dónde, los cuándo, los cómo y los POR QUÉ de la vida, y en hacer frente a las consecuencias de nuestras elecciones.  Como ocurre con muchos otros ejercicios y prácticas a lo largo de la vida, la pompa, las circunstancias y la algarabía de los grandes hitos importan mucho menos que la calidad y la coherencia del camino en el medio, la acumulación gradual de pequeños pasos y hábitos minúsculos. 

Esto significa en términos de cultivar la independencia: empezar poco a poco, empezar de manera precoz y empezar de manera correcta. 

Analicemos cómo se ve en la práctica. 

3: En busca de la independencia: la autonomía, la curiosidad y la aceptación del riesgo 

Reconozcamos desde el principio que es una época confusa y difícil para ser padre, tutor, docente u otra figura de autoridad en la crianza de los niños. Por un lado, los padres “helicóptero” suelen sufrir el desprecio social. Al mismo tiempo, la sociedad nos bombardea con mensajes que califican de “muy importantes” todos los aspectos de la infancia, desde el sabor de la pasta de dientes hasta la situación económica relativa de los compañeros de juego. Si a esto añadimos la creciente desconfianza en la sociedad, que aumenta nuestra sensación de riesgo, de repente ser un padre helicóptero parece una respuesta perfectamente racional: solo nuestra vigilancia incesante y nuestro control absoluto se interponen entre nuestros hijos y las posibles lesiones o la catástrofe existencial. Para los padres de niños sordociegos que se enfrentan a la realidad de las necesidades médicas, de comunicación y de acceso, esta sensación de ansiedad puede ser aun mayor. Por eso, los consejos que voy a dar para cultivar la independencia podrán parecer extraños, quizá incluso totalmente erróneos. En cualquier caso, denme una oportunidad. 

Consejo número uno:

Fomente la autonomía a través de áreas de la rutina diaria de su hijo/a en las que usted, como padre/madre/tutor/docente, pueda dar un paso atrás y animarlo/a a dar un paso adelante. En el caso de la ex Primera Dama Michelle Obama, sus padres le enseñaron a usar el despertador y confiaron en que podría usarlo para despertarse e ir a la escuela por sí misma cuando iba al jardín. (Spoiler, ¡pudo!)

En mi caso, mi padre me enseñó a los 4 años la maravilla de una combinación de radio y reproductor de casetes, abriendo un mundo de lectura y estudio independientes mucho antes de que supiéramos nada de los libros parlantes del Servicio Nacional de Bibliotecas. No puedo decir cómo será en su caso concreto, dadas sus circunstancias particulares, con su hijo/a. Esta es una regla empírica útil para identificar aquellas áreas en las que puede (debe) dar un paso atrás: pregúntese: «¿por qué estoy tomando esta decisión por mi hijo/a?».  Es posible que obtenga algunas respuestas que lo satisfagan de verdad, como por ejemplo: 

  • “porque aún no son lo suficientemente mayores”;  
  • “porque yo tengo la información y los recursos necesarios y ellos no”;  
  • “porque no sería seguro”:  
  • “porque nuestro entorno es muy poco solidario”.   

Luego, hay respuestas como las siguientes:  

  • “porque es más rápido, más fácil, más eficaz”;  
  • “porque tengo miedo de que tome una decisión equivocada”;  
  • “¡porque soy el adulto, y puedo hacerlo!”   

Este último grupo de respuestas indica aquellas áreas en las que un adulto debería dar un paso atrás y ver (¡sorpresa!) que, de hecho, el cielo no se va a caer. Así que, adelante, cree un “inventario de decisiones”:  ¿Decido yo cuánta comida hay en el plato de mi hijo, cómo se corta y cómo se eliminan las sobras?  ¿Llevo su ropa a la lavandería cuando decido que está sucia?  ¿Controlo en qué actividades participan, cómo llegan, a qué hora duermen y se despiertan y qué ropa llevan?  ¿Acostumbro a responder a sus preguntas o a hacerme cargo de conversaciones enteras por ellos? ¿Por qué? 

Practique en todas las situaciones

Tanto en mi experiencia vivida como en la observada, la conversación interpersonal y la participación en actividades plantean un reto especial a los adultos porque es fácil racionalizar la toma de control. “Este mozo parece impaciente, y a Blueberry (mi hijo/a) le cuesta comunicarse bajo estrés, así que yo me encargaré de pedir”. “El caos y el ruido de la cocina serán demasiado abrumadores para Watermelon (mi hijo/a); la zona de decoración es más tranquila, así que puede ir a ayudar allí”. Lo irónico es que, si les hubieran dado la posibilidad de elegir, Blueberry y Watermelon podrían haber evaluado la situación y haber llegado a las mismas conclusiones que los adultos. Pero no se les da la posibilidad de elegir, ni la práctica esencial de la evaluación de la situación y la autoevaluación, ni la experiencia de negociar el acceso por sí mismos. Lo que quiero decir es lo siguiente: si la independencia es lo que realmente queremos para nuestros hijos, no podemos tratarla como a un amigo oportunista, que solo se practica en circunstancias óptimas. 

Consejo número dos:

practique la curiosidad. Al aceptar la independencia como un viaje, también aceptamos la inevitabilidad de los pasos en falso, los tropiezos, los giros equivocados, las salidas en falso y las paradas… los fracasos. En nuestra sociedad que juzga y evalúa el rendimiento, es mucho más fácil recurrir a cuatro palabras con “C”: crítica de lo que se ha hecho mal; comparación con otra persona que “lo hace mejor” o “está más avanzada”; corrección y control para rescatarlos de los errores y evitar otros. 

El impacto corrosivo y aplastante de estos planteamientos es material suficiente para otro artículo entero. Aunque en la práctica es más difícil y complicado, la curiosidad es, por lejos, la mejor respuesta a los inevitables contratiempos del viaje hacia la independencia.  El simple hecho de ser curiosos nos enseña que el fracaso no es el fin del mundo, sino una invitación a cuestionar, evaluar, analizar, volver a calcular, pedir ayuda y volver a intentarlo, que son justamente los componentes de una mentalidad resiliente. La otra cosa maravillosa que hace la curiosidad es liberar a todos, adultos y niños por igual, de expectativas rígidas sobre cómo debe ser la independencia y cómo debería desarrollarse el viaje. 

Consejo número tres:

acepte el riesgo. Soy cocinero y, por consiguiente, paso mucho tiempo escuchando a otros cocineros hablar entre sí. ¿Algo que todos nosotros tenemos en común? Nos hemos lastimado, hemos roto algo, hemos quemado algo, hemos cocinado mal algo o hemos experimentado algún otro desastre relacionado con la cocina. Está en la propia naturaleza de la cocina: el riesgo. 

El riesgo también está en la naturaleza de la independencia. Las cosas se romperán, se perderán oportunidades, habrá lesiones y angustias, urgencias médicas y situaciones de riesgo.  El ejercicio de independencia de su hijo/a puede ponerlo fuera de su alcance en más de un sentido. Cultivar la independencia requiere cierto grado de aceptación de todos estos riesgos diferentes. 

Por el lado bueno, un músculo de independencia bien desarrollado (fortalecido por una autonomía temprana y enriquecido con la curiosidad, como hemos comentado) viene acompañado de una mayor capacidad de evaluación y gestión de riesgos. Es el mejor seguro que podemos ofrecer contra la actividad de riesgo que implica vivir.  

4) Reflexiones finales 

A menudo, nuestro discurso sobre la independencia se centra en preparar a las personas para “valerse por sí mismas” y “no ser una carga”.   Esto pasa completamente por alto un punto que me ha quedado más claro mientras escribía este artículo: el mayor regalo de la independencia no reside en lo que podemos hacer por nosotros mismos, sino en la libertad de elegir y negociar cómo nos relacionamos, en qué queremos aportar y quiénes somos para nuestras comunidades. Se necesita un pueblo entero para criar a un niño. Su hijo/a independiente necesita convertirse en alguien que pueda encontrar su lugar en ese pueblo. Se necesitan adultos dispuestos a dar un paso atrás para que los niños tengan la experiencia de buscar y la recompensa de encontrar un lugar.